El silencio en el departamento era casi abrumador. La ausencia de sonidos, el vacío que se extendía por cada rincón, contrastaba con el bullicio de pensamientos que chocaban en la mente de Sofía. Llevaba más de diez minutos parada frente al refrigerador abierto, con una rebanada de pan en la mano y la otra apoyada en la puerta como si necesitara sostenerse de algo, aunque fuese tan frágil como el metal frío.
Cerró los ojos por un segundo, tratando de concentrarse.
—Solo haz un sándwich, Sofía. Pan, jamón, queso… eso es todo —murmuró para sí misma, con la voz algo temblorosa.
Tomó una loncha de jamón y la dejó caer sobre el pan como si se tratara de una tarea de alto riesgo. Luego el queso, y finalmente otra rebanada para cubrirlo todo. Observó el resultado con apatía. No era hambre lo que sentía, era más una necesidad de llenar el estómago para acallar los nervios que le hacían vibrar el cuerpo entero.
Pero el estómago se le revolvía con solo mirar la comida.
Lo dejó todo sobre la mes