Malakai llegó a la cabaña de Natalie y golpeó la puerta un par de veces, pero el silencio fue la única respuesta que obtuvo y la inquietud empezó a consumirlo, un nudo de preocupación apretando su pecho con cada segundo que pasaba, no podía permitirse esperar y fue cuando probó la manija, y para su alivio, la puerta cedió con un leve chirrido. La abrió con cuidado, con sus sentidos alerta mientras sus ojos escudriñaban cada rincón del lugar.
—Natalie. —llamó con firmeza, pero su voz se perdió en el mutismo opresivo de la cabaña.
Hasta que de repente, un quejido apenas audible rompió el silencio, proveniente del baño, y el corazón de Malakai dio un vuelco, y se dirigió hacia allí a grandes zancadas, siguiendo aquel sonido lleno de vulnerabilidad y que solo provocaba que su nerviosismo aumentara. Al abrir la puerta del baño, la escena que encontró le heló la sangre, Natalie yacía en el suelo, pálida como un espectro, con gotas de sudor perlándole la frente y su cuerpo estremeciéndose dé