Ambos respiramos con pesadez y nos miramos unos segundos.
—Nunca más te voy a volver a ver. Este fue mi pago por molestarte estos días —no dice nada; en cambio, intenta bajarse de mi regazo.
—¿Por qué llevas tanta prisa? —se remueve un poco y mi erección empieza a doler.
Nuestros sexos están muy cerca; su vestido subió hasta el punto de dejarme ver sus bragas de color blanco.
—Debiste usar sostén... —la sostengo de la nuca.
—Solo déjame ir, para ya... Tú me odias y yo a ti. Siempre nos odiaremos. Arruinaste mi vida, Dante. Déjame ir —escuché de sus labios con un leve cansancio.
La alejé de mí. Ella deseaba irse, y aunque por unos segundos sentí decepción... se suponía que debía ser así, ¿no? ¿O qué pretendía yo? Qué estúpido.
Se acomodó el vestido y el cabello justo cuando la puerta se abrió. Entonces, en ese momento, en ese maldito momento, mi corazón latió por segunda vez.
La casa estaría vacía y no tendría a nadie para ver al llegar.
Giro el rostro cuando ella me mira por