Tambaleante, camino hacia el coche y escupo sangre. Los tres bastardos están tirados en el suelo, molidos a golpes, y Marco... ese cobarde huyó del lugar.
Bastardo cobarde... Le daré su merecido. Que no crea que esto terminó.
Llevo varios golpes en el cuerpo, el labio superior partido. Sé que mañana los moretones hablarán por sí solos, pero no me importa.
Son las cuatro de la madrugada cuando por fin llego a casa. Bajo del coche con dificultad.
—Señor —dos de mis hombres se acercan de inmediato y me ayudan a entrar.
La adrenalina me había hecho ignorar lo mal que estoy. Ahora siento cada golpe. Tengo los nudillos desechos, y al quitarme la chaqueta noto cómo me arde hasta respirar.
Me ayudan a curarme. La venda en las costillas me arranca un gemido cuando la ajustan.
—Gracias. Pueden retirarse —les digo mientras me acomodo en el sillón de la oficina.
Tomo un trago fuerte y unas pastillas para calmar el dolor, luego recuesto la cabeza hacia atrás. Bostezo. Estoy abatido.
—Necesito dorm