Saboreando la sangre.

Temprano en la mañana la dejo sentada en el jardín, donde el sol apenas comienza a salir, aprovechando que aún está tibio la dejo ahí unos minutos para que la cubra con su luz.

Sonríe. Una sonrisa pequeña, con los ojos cerrados, como si saboreara el calor del sol en la piel.

Por increíble que parezca, es la primera vez que la veo sonreír.

Algo extraño se retorció en mi pecho.

Pero me recompuse rápido. Quizá incluso yo necesitaba un poco de sol.

—¿Te sientes mejor?— pregunté.

Ella asiente, moviendo la cabeza despacio.

—Bien... te quedan veinte minutos— digo cuando abre los ojos. La manta sigue cubriendo su cabeza y su cuerpo como una caricia.

Sus ojos cafés, enormes y profundos, se clavan en mí.

Hay algo que quiere decirme... pero no lo dice.

El sol les arranca destellos, volviéndolos más intensos.

—¿Algo que decirme? —pregunto. Ella esquiva mi mirada.

El silencio nos envuelve. Se escuchan los autos a lo lejos, como zumbidos de otro mundo.

Este barrio es solitario. Aquí no
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