Noruega.
Recogí mis cosas. Eran muchas maletas. La última me dolía más que todas, porque sabía que con ella se terminaba todo.
Toda esta historia de altas y más altas había llegado a su fin.
Mi corazón de pollo, sensible y estúpido, llora.
Me quité la pulsera... Recuerdo que me pidió que nunca me la quitara, pero llevarla conmigo solo me causaría más dolor.
El anillo de compromiso, con el que juramos amarnos un poco más de lo que ya nos amábamos, también lo dejé sobre la mesa de noche. Junto a esos recuerdos, se quedaron mi corazón y todas las promesas que nunca se cumplirán.
Me miré al espejo, contemplando mi rostro decaído, con los ojos apagados y las mejillas enrojecidas por el rubor.
Llevaba puesta una chaqueta que me llegaba hasta los tobillos, pantalones holgados y una camiseta ligera beige, metida por dentro. Casi toda mi ropa era de ese tono, con algunas variaciones más oscuras para contrastar, a excepción de los zapatos de punta negros.
Me cambié, me arreglé el cabello en ondas suaves