Me duele la cabeza. Abro los ojos lentamente. Siento el cuerpo entumecido y, cuando intento levantar la mano, tengo algo entre los dedos.
Escucho el sonido de una puerta abriéndose.
—¿Ya estás despierto? —abro los ojos.
—¿Qué rayos pasó? —pregunto. Él se sienta frente a mí, suspirando.
—¿Desde cuándo estás consumiendo drogas? —me lanza la pregunta.
—No es de tu interés —respondo con desgano.
—¿Por qué mejor no me dices dónde está ella? —lo miro fijamente.
—¿Te estás volviendo loco? Te prohíbo que vuelvas a consumir esa porquería. ¿Qué está pasando por tu cabeza? Lamento que no hayas perdido la memoria con el golpe... —pero me ignora la pregunta.
—Sí, yo también lo lamento —giro la cabeza.
—Yo también quisiera olvidarlo todo y empezar otra vez... incluso olvidarme de ti, de lo que soy. Ojalá hubiera perdido la memoria... o, en su defecto, haber muerto. Estoy cansado, muy cansado. —
El silencio se apodera de la habitación y suspira.
—Dante, escucha... no quiero pasar los últimos días qu