Despierto sintiendo que el cuerpo me pesa.
Muevo la cabeza de un lado a otro.
Me duele mucho.
Abro los ojos y me doy cuenta de que estoy en un hospital.
Entonces la realidad me golpea.
Mi maldita realidad me golpea.
No fue un mal sueño.
Es la realidad que estoy viviendo:
Mi mujer destrozada...
Y mi hija muerta.
Me siento en la cama y suspiro.
La puerta se abre. Es mi padrino.
—¿Qué hora es? —pregunto.
—Son las ocho de la mañana. Te traje ropa. Cámbiate para que puedas ver a Sol. No es bueno que ella vea que tú estás tan mal. Debes ser su fortaleza en este momento.—
Tiene razón. Debo ser fuerte por ella.
Pero no me siento fuerte.
Soy un débil.
—Tu hijo... Enzo... —
—Hablaremos de Marco tan pronto veas a Sol. Por favor, ve. —
Le hago caso. Me baño con agua fría.
Me cambio con la muda de ropa que me trajeron y salgo.
Me colocan una bata, guantes y una mascarilla, y me permiten entrar.
Ella aún no ha despertado.
Estoy tan nervioso.
Las máquinas hacen ese maldito sonido, una y otra vez.
El