Sol nunca me respondió. De hecho, salió del estudio furiosa, dejándome completamente solo.
Me encerré en la oficina y me entregué al cigarro y al alcohol sin medida. Fumé y bebí hasta que la cabeza me estalló y el mareo me nubló el juicio.
La puerta se abre mientras me sostengo la cabeza con ambas manos. El dolor late con fuerza en las sienes.
—¿Vas a cenar o seguirás intoxicándote con esa porquería y ese humo asqueroso? —su voz es dura, cargada de fastidio.
Levanto la vista, sin despegar la cabeza de las manos, los codos aún hundidos en el escritorio.
—Sol... —me froto el rostro, agotado.
—Ven aquí —niega de inmediato.
—No. No quiero escucharte. A veces dices cosas que me hieren, y ya me siento bastante mal —suspiro, dejándome caer más en el asiento.
—Lo sé —murmuro con la voz baja—. Fue estúpido hacerte esa pregunta... Ven, por favor. Déjame demostrarte que estoy arrepentido...—
Camina hacia mí en silencio, pero cuando va a hablar, la interrumpo tomándola de la mano con rapidez.
—O-