Llevo tres días encerrada en esta habitación. Dante me alimenta, y si no es él, Virginia me trae todo lo que necesito: libros, antojos, y lo que sea que se me ocurra.
No hablamos mucho. Después de que Dante le dijo que usé su teléfono para intentar escaparme, ella me evita un poco, así que me siento sola y culpable.
Lloro a cada segundo. Me siento prisionera aquí. Me levanto para estirar las piernas.
¿De veras estoy atada a la cama?
Pensarlo me irrita aún más.
Dante entra en la habitación rápidamente, y al ver su rostro lleno de rabia, me asusta.
—Sabes lo que me jode en este momento —dice con furia.
No digo nada.
—Ese maldito niñato no murió... y está vivo. Te lo cuento porque, como has estado tan amargada, supongo que te debes estar muriendo de curiosidad por saber qué le ha pasado—
Está que arde en celos, pero me alivia saber que Gabriel está bien, que no murió.
—¿No vas a decir nada? —me pregunta con dureza.
Suspiro y me recuesto en la cama, sin ganas de hablar. Le doy la espalda