Al día siguiente:Desde que llegó de su viaje, Gregor se dirigió hacia la base militar de su manada, pero apenas llevaba media hora revisando informes cuando la impaciencia empezó a carcomerle la espalda. «Un día sin ver a Elyria me pareció una eternidad… Ojalá ya no siga tan enojada», pensó Gregor, incapaz de fijar la mente en ningún otro asunto.Desde la puerta del despacho, los oficiales seguían enumerando patrullas, víveres y rondas de guardia, como si no existiera nada más urgente en el mundo.—Bien— interrumpió Gregor al fin, cerrando de golpe la carpeta—. Si la manada sigue en paz, terminen los reportes con Ewan. —Le dio una palmada al beta sobre el hombro. —Él tiene vocación de confesor.Ewan se señaló a sí mismo con los ojos muy abiertos.—Alfa, deje de endilgarme su trabajo —bufó, mientras Gregor escapaba del despacho con una sonrisa ladeada. Tras él, su padre soltó una carcajada ronca.—Ese beta tuyo tiene una paciencia digna de santo —bromeó el viejo alfa.Los dos siguier
El aire se tensó cuando la camioneta negra, que rodaba lentamente por la calle principal de la manada, dejó de rugir. El aura del alfa supremo se extendió como una ola eléctrica y, de inmediato, los lobos que patrullaban los alrededores se fueron acercando, instintivamente atraídos hacia la cabaña de Gregor. Uno a uno bajaron la cabeza, y los que se encontraban transformados pegaron el hocico al suelo, mostrando sumisión sin que se lo pidieran.La puerta del vehículo se abrió y Ethan descendió primero, sujetando la mano de su luna suprema, Cloe. La pareja irradiaba poder: él, con la mirada acerada; ella, con una calma casi etérea que obligaba a cualquiera a replegar las orejas. Tras ellos, los trillizos —hermanos de Elyria— y Thalia, la hechicera que habían criado como hija, se desmontaron en silencio.Gregor, que salió de su cabaña, metió los pulgares en el cinturón para que nadie sospechara la tensión que le apretaba el pecho, e inclinó la cabeza.—Alfa supremo —saludó, clavand
Cloe asintió, cerrando los párpados. Un resplandor suave comenzó a palpitar en torno a sus dedos.—Silencio —pidió.Los lobos contuvieron el aliento. La luz que emitía la luna llena se filtró entre las ramas, bañando a Cloe en plata. Sus labios se movieron sin emitir sonido; buscaba el cordón espiritual que la unía a su hija. De pronto, sus ojos se abrieron.—La siento… al sur‑este, cerca del límite con las montañas negras —susurró—. Está herida… no gravemente, pero débil. Y… adormecida por un sedante.Gregor dio un paso adelante.—Entonces no hay tiempo —dijo, mirando a Ethan—. Déjeme guiar la partida de rescate.—Quédate con tu manada, Gregor. A nuestra hija la buscamos nosotros.—Ethan, ya basta —intervino Cloe, posando su mano sobre la de él con una firmeza delicada—. Gregor vendrá con nosotros; su vínculo con Elyria puede ayudar.El alfa supremo tensó la mandíbula. —Bien —concedió—. Pero escucha, Gregor: solo vienes porque mi luna lo exige. Cuando esto acabe, tú y yo aclararemos
Ronald se acuclilló sobre Elyria, dejando que sus colmillos salieran, largos y afilados. Elyria contuvo un espasmo de asco cuando la lengua rasposa de Ronald recorrió su cuello, buscando el punto exacto para marcarla. Un chasquido metálico llamó la atención de Ronald, pero le restó importancia sin imaginarse que los brazaletes de Elyria se habían roto en ese momento. De pronto, unas garras se hundieron en el pecho de Ronald. Quien gimió, retrocediendo unos centímetros; y el dolor brilló en sus pupilas.—¡Tú no eres mi compañero! Nunca lo fuiste —gruñó Elyria, con la voz densa de su loba—. Hueles… a carroña.—¿C-cómo…? —Ronald se echó hacia atrás, horrorizado al ver la sangre empapar su camisa.Elyria forzó una sonrisa. Apenas había logrado transformar una mano; ya que su poder estaba lejos del cien por ciento, pero le bastaba con haberlo herido.Ronald, tambaleante, miraba con asombro los brazaletes despedazados junto a su presa. El miedo surcó su rostro, aunque la codicia lo man
Sin decir una palabra, Cloe levantó los brazos y, con un gesto suave, pero poderoso, invocó su divinidad. Un resplandor etéreo brotó de sus manos, creando hebras plateadas que se entrelazaron formando un domo translúcido que descendió como un escudo entre Elyria y el mundo exterior.Gregor fue empujado hacia atrás por una fuerza invisible, quedando fuera, apenas de pie, mientras observaba impotente cómo su luna, la mujer por la que daría su vida sin pensarlo, quedaba encerrada en aquel confinamiento mágico.Elyria que se había puesto de pie, cayó de rodillas dentro de la barrera, con el rostro entre las manos, ahogada por la culpa y el miedo. Y por más que trataba de reprimirlo, su poder seguía rugiendo dentro de ella como una bestia salvaje que exigía libertad.—Escúchame —susurró Cloe, apoyando la frente contra la de su hija—. Respira conmigo. Siente mi pulso, y siente el de tu padre. Deja que la luz se compacte dentro de ti; no luches contra ella, abrázala.Elyria cerró los ojos.
A mitad del camino hacia la manada, Gregor, sin poder transformarse, trastabilló, mientras su respiración se volvía errática y el sudor le perlaba la frente. Cloe, que iba caminando delante, se detuvo, mirando de reojo que él apenas podía mantenerse en pie, y no lo pensó dos veces. Lo sostuvo sobre su hombro con fuerza, sintiendo el peso de su cuerpo.—¡Aguanta, alfa Gregor! —le ordenó.Él intentó hablar, pero solo un gemido ronco y avergonzado, escapó de su garganta.La conexión con Ragnar… apenas la sentía. Era como si su lobo se hubiera desvanecido en la bruma.Cloe cerró los ojos y, invocando su poder divino, que los envolvió a ambos en una ráfaga de luz plateada. El aire a su alrededor chisporroteó antes de desaparecer, teletransportándolos directamente frente a la cabaña.Cuando cruzaron la puerta, todos se pusieron de pie de inmediato.—¡Madre! —gritaron los príncipes —. ¿Dónde están nuestro padre y Elyria?—¡Sí, mamá! ¿Dónde están ellos? —inquirió Thalia, con su mirada fija
El aura negra salió disparada del cuerpo de Kenna, envolviendo el lugar en un hedor a podredumbre.El grito de Kenna fue inhumano, como un alarido que helaba la sangre, que hablaba de una tortura que no era solo física, sino espiritual.Kenna cayó de rodillas, convulsionando, escupiendo bocanadas de sangre mientras su cuerpo se sacudía violentamente.Gregor, desde el suelo, también sintió como si su alma hubiera sido desgarrada.Aunque el dolor se atenuó, seguía desconectado de Ragnar, su lobo interno, que no respondía a sus llamados desesperados.Era como llamar al vacío.Cloe, sin un atisbo de piedad, caminó hasta Kenna, que apenas lograba levantar la cabeza, limpiándose la sangre de la comisura con el dorso tembloroso de su mano.—Tú —la señaló, con su aura de luna suprema, resplandeciendo como una sentencia de muerte—. ¿Sabes cuál es tu pecado?Kenna tembló como una hoja. Su loba interna, gemía, derrotada.—Sí, luna suprema… —balbuceó entre espasmos de dolor—. Yo cometí un error.
Dentro de la barrera, Ethan no soltaba a Elyria. La mantenía aferrada a su cuerpo, como si aún fuera aquella pequeña niña que corría a buscar refugio en su abrazo. Su pecho vibraba con cada gruñido contenido, y, curiosamente, eso le arrancaba una sonrisa a Elyria.—Ya te lo dije, papá —murmuró con dulzura, acariciando la barba incipiente de Ethan—. Ese alfa está herido. Le clavé mis garras con malicia. No creo que pueda levantarse en un buen rato... Y tú, como supremo, no puedes inmiscuirte en asuntos internos de una manada. Así que no puedes matarlo.Era la décima vez que se lo repetía. Desde que se habían quedado solos bajo aquella barrera, Ethan había intentado romperla más de una vez, dispuesto a salir en busca de Ronald. Pero Elyria, aunque su propia furia hervía en sus venas, se lo impedía con determinación.—Esto no es un simple conflicto de manada —gruñó Ethan, apretando los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos—. ¡Se atrevió a tocarte! Eres mi princesa. Eso es u