—Preciosura, te lo diré directo y sin rodeos. Queremos venderte —dijo uno de los maleantes, con una sonrisa torcida mientras él y sus cómplices rodeaban a Elyria.
Cada vez que intentaban acercarse, ella lanzaba golpes desesperados con el palo que tenía en las manos, aferrándose a la única arma que la separaba de un destino aterrador.
—¿Venderme? ¡Ustedes venden personas! ¡Son unas escorias! —gritó, sintiendo cómo su mundo se estremecía.
El peligro era real. Ya no era un juego, ni un mal sueño del que despertaría en su hogar. Esta era la cruel realidad de la vida fuera de la manada. Incluso sintió que tal vez su deseo de independencia había sido solo un acto impulsivo y no un verdadero sueño.
Las lágrimas de desesperación rodaban por sus mejillas mientras su pecho subía y bajaba con una respiración errática. Se sentía acorralada, indefensa.
Las risas de los cuatro hombres retumbaban en su cabeza, burlonas, crueles, disfrutando de su miedo.
"Emmy… Emmy…" Su mente clamó desesperadame