Después de hacer la maleta, compré el boleto para la salida más temprana y regresé al pueblo. Aún antes de que llegara el autobús, pude ver a lo lejos esa figura esperándome y se me humedecieron los ojos.
La había llamado por teléfono y, tras un largo silencio, solo pude decirle:
—Te extrañé.
Del otro lado de la línea escuché su risa alegre, seguida de un tono lleno de ternura:
—Vuelve, mi niña, te voy a preparar tu carne guisada, esa que tanto te gusta.
En mi vida anterior, cuando Elena se enteró de mi muerte, cayó en una profunda tristeza; se enfermó y su salud se deterioró, hasta que poco después falleció.
Apenas bajé del autobús, Elena se apresuró a agarrar mi equipaje.
—Anda, vámonos a casa, aún tengo la carne en el fuego.
Esa casita, pequeña y sencilla, albergaba todos los recuerdos de mi infancia.
En los días siguientes recuperé mi vida tranquila en el pueblo.
Mientras tanto, Ariadna entró en pánico al saber que yo había renunciado, porque sabía perfectamente que, si yo desapare