Mundo ficciónIniciar sesiónMe echaron de la empresa y regresé a mi pueblo. Todos los días acompañaba a mi abuelita, Elena Olvera, a jugar al dominó. Hasta que de pronto, toda mi familia se volvió loca, buscándome por todas partes. Y todo, solo porque la estrella del diseño de joyas de la familia, mi hermana menor, Ariadna Reyes, ya no había podido dibujar ni un solo boceto desde que yo me fui. En mi vida pasada, durante el Concurso Nacional de Diseño de Joyería, Ariadna siempre lograba presentar un diseño exactamente igual al mío antes que yo. Todos pensaban que yo era la que copiaba. Incluso mi propia familia salió a defenderla y a declarar en su favor. La empresa también decidió que yo carecía de ética profesional, que había plagiado sus diseños y que había dañado la reputación de la marca. En el acto me despidieron y me exigieron pagar una indemnización enorme. Mi familia, viéndome como un estorbo, me echó de la casa. Bajo el peso de la opinión pública y de la traición de mi propia sangre, me hundí en una depresión. Un día, mientras caminaba por la calle, un fan tóxico de Ariadna me atropelló y morí. Antes de que mi conciencia se desvaneciera, nunca llegué a entender por qué Ariadna siempre podía adelantarse y dibujar un diseño exactamente igual al mío. Cuando volví a abrir los ojos, ya había regresado al día anterior al Concurso Nacional de Diseño de Joyería.
Leer másAriadna me miró frunciendo el ceño.—No intentes ningún truco. Dame la estatua. Cuando te mueras, te voy a hacer un altar. Yo me voy a quedar con el puesto de diseñadora principal y voy a vivir mejor que tú.Observé su expresión triunfal y sonreí con calma, y luego estrellé la estatua contra el suelo.Un chillido aterrador resonó por todo el lugar.—¡Aaaah!Un humo denso y negro se disipó en el aire.Ariadna me miró con horror y luego bajó la vista hacia los pedazos de la estatua.—¡No… no! ¡No puede ser!Su mirada se volvió feroz, como si quisiera arrancarme la piel a mordiscos. Corrió hacia mí justo cuando el telón del escenario se abrió.La multitud en el auditorio lo había visto todo, y los reporteros alzaron sus cámaras para captar el momento. Mis padres, entre el público, observaban a Ariadna completamente atónitos. Por fin entendían que habían estado equivocados desde el principio.Ariadna comenzó a alterarse. Su rostro empezó a sangrar por los ojos, la nariz y la boca, y tal co
Abrí la mochila y, tal como lo imaginaba, allí estaba la estatua del santo prohibido. Era completamente negra, con un rostro retorcido, algo entre un felino y un zorro, y dos colmillos largos que sobresalían de la boca.Apenas la tomé entre mis manos, el aire en el camerino se volvió helado.Y justo cuando levanté el brazo para estrellarla contra el suelo, la estatua habló:—Paulina, soy tu abuela. Te extraño, mi niña. Ven, acompáñame.Mis pupilas se dilataron; el terror recorrió mi espalda como un latigazo. Esa cosa era capaz de imitar la voz de cualquiera de mis seres queridos.Ignorando el miedo, levanté la estatua con más fuerza para destruirla.En ese momento, Ariadna abrió de golpe la puerta. Había escuchado el llamado de la estatua y corrió para detenerme.Estreché la estatua contra mi pecho y la amenacé con romperla allí mismo. Ariadna palideció, retrocedió de inmediato, sin atreverse a acercarse más, temiendo que realmente la hiciera pedazos.Aproveché el instante y salí corri
Por supuesto, no había ninguna cámara. Solo la estaba poniendo a prueba.Solté una risa fría y caminé hacia Ariadna, le agarré el cabello con fuerza y la jalé hacia atrás. El terror se reflejó en sus ojos.—¡Aaah! ¿Qué te pasa?La abofeteé con tanta fuerza que el sonido retumbó en toda la sala.—La próxima vez que quieras usar un truco tan mediocre, piénsalo un poco antes.Después de aquel ridículo, se me quitó el apetito y subí a mi cuarto.El día del concurso, toda la familia acompañó a Ariadna al evento.Así que ese era el momento perfecto para buscar el santo prohibido.Fui revisando la casa cuarto por cuarto, hasta que solo quedó uno: el de Ariadna.Lo abrí y encontré un espacio decorado con mucho esmero. Con el amuleto en mano, inspeccioné cada rincón, y me detuve frente a un cuadro.La pulsera-serpiente comenzó a calentarse, casi como si estuviera viva; sus ojos parecían encenderse. El cuadro mostraba una simple imagen de flores, pero sabía que algo había detrás.Lo retiré de la
Justo al abrir la puerta, me encontré de frente con Ariadna, que subía las escaleras.—¿Qué haces afuera de mi cuarto?Mi corazón dio un pequeño salto, pero enseguida le sonreí con calma.—Escuché que en estos últimos años papá y mamá te han comprado un montón de joyas. Como estoy sin inspiración para mis bocetos, pensé en pasar a ver si encontraba algo que me inspirara.Mis palabras hicieron que la desconfianza en sus ojos se disolviera, reemplazada por un brillo de entusiasmo. Si yo volvía a diseñar, ella solo tenía que adelantarse otra vez para “crear” una nueva obra.Ariadna me tomó del brazo con delicadeza.—Mamá mandó hacerme un cuarto especial para la inspiración. Ven, te lo enseño.Contuve el asco y fingí una sonrisa mientras asentía.El cuarto al que me llevó antes había sido el cuarto de huéspedes, pero ahora estaba lleno de joyas: vitrinas, cajas, estantes completos. Todo para ella.Me quedé mirando aquel cuarto abarrotado, sintiendo una mezcla amarga imposible de describir.
Al darme cuenta de que la excusa para llevarme de vuelta a casa jamás había sido reparar más de veinte años de abandono, sino servirse de mí, el corazón se me fue endureciendo hasta quedar frío y entumecido.Me incliné frente a María, en señal de respeto.—Por favor, dime cómo romper esto.Ella posó una mano sobre mi cabeza.—Mañana mismo debes volver. Te daré un amuleto para ayudarte a encontrar el santo prohibido. Debes destruirla; al hacerlo, todo se resolverá. Y quien preparó esta trampa sufrirá el rebote del ritual. No pasará ni un día antes de que su cuerpo reviente. Eso ya no será asunto tuyo; cada maldito recibe su propio final.Asentí en silencio. Después de despedirla, regresé sola a mi cuarto. Me senté en la cama, abrazando las piernas, con la mirada helada. “Que esperen… todos ellos pagarán lo que deben”, pensé.Siguiendo las palabras de María, a la mañana siguiente me despedí de Elena y tomé el camino de regreso a casa. En mi mano llevaba el amuleto que ella me había entre
Después de hacer la maleta, compré el boleto para la salida más temprana y regresé al pueblo. Aún antes de que llegara el autobús, pude ver a lo lejos esa figura esperándome y se me humedecieron los ojos.La había llamado por teléfono y, tras un largo silencio, solo pude decirle:—Te extrañé.Del otro lado de la línea escuché su risa alegre, seguida de un tono lleno de ternura:—Vuelve, mi niña, te voy a preparar tu carne guisada, esa que tanto te gusta.En mi vida anterior, cuando Elena se enteró de mi muerte, cayó en una profunda tristeza; se enfermó y su salud se deterioró, hasta que poco después falleció.Apenas bajé del autobús, Elena se apresuró a agarrar mi equipaje.—Anda, vámonos a casa, aún tengo la carne en el fuego.Esa casita, pequeña y sencilla, albergaba todos los recuerdos de mi infancia.En los días siguientes recuperé mi vida tranquila en el pueblo.Mientras tanto, Ariadna entró en pánico al saber que yo había renunciado, porque sabía perfectamente que, si yo desapare
Último capítulo