Al volver a casa, pasé antes por una clínica; ya me habían vendado la herida de la cabeza.
Al entrar, no había nadie en casa. Fui directa a mi habitación, decidida a quemar todos mis diseños.
Revisé entre mis cosas y, en poco tiempo, reuní todos mis bocetos. No faltaba ni una sola hoja. Si mis diseños estaban completos, ¿cómo era posible que Ariadna fuera capaz de plagiar mis trabajos? ¿O será que yo estaba confundida y en realidad era yo quien la copiaba?
No pasó mucho antes de que el grupo de chat de la empresa se llenara de mensajes:
—Con una sabandija así en la compañía, mejor que la despidan cuanto antes.
—¿No la pueden echar yaaaaaaa?
—Se cree muy digna y al final termina copiando a los demás.
Mientras leía los insultos, no pude evitar recordar mi vida pasada.
Mi celular no paraba de sonar; todos los días entraban cientos de llamadas: insultos, burlas, amenazas.
Terminó por romperse, así que saqué la tarjeta SIM. Cuando ya no pudieron llamarme, comenzaron a investigar dónde vivía y a vigilar el departamento que alquilaba, cámara en mano, esperando captar “algo”.
Y hubo quienes fueron aún más lejos: frente a la puerta de mi casa colgaron una pancarta enorme que decía: “Plagiar es una vergüenza. Mejor muérete.”
Me encerré más de una semana sin atreverme a salir.
Una noche, aprovechando la oscuridad, escapé entre los matorrales porque tenía hambre: la comida se me había terminado hacía días. Me senté en la acera y devoré un sándwich.
Un niño que pasaba me tiró una botella de agua.
—Mamá, es la ladrona de Internet.
Incluso me escupió en la cara, pero no me entristeció su actitud; de hecho, me reí. Su madre lo apartó enseguida.
Yo ya había soportado suficiente. Aquel día me senté en la azotea; no sentía nada. Miré la ciudad llena de autos y luces, y todo me pareció nauseabundo. Lo único que realmente me retenía en este mundo era Elena, allá en el pueblo.
Empecé a preparar mi equipaje; quería regresar al pueblo.
No volvería a ese concurso ni a nada parecido. Abrí mi correo de la empresa, envié mi carta de renuncia y anuncié mi retiro del concurso.
No entendía cómo Ariadna lograba terminar un boceto idéntico al mío siempre antes que yo. Así que tomé una decisión: si dejaba de diseñar por completo, quería ver qué presentaría ella entonces.