Se encontraba Facundo en una de sus promotoras. La oficina era amplia y lujosa, aunque sin ostentación excesiva. Las paredes estaban cubiertas de madera oscura, un gran ventanal dejaba ver la ciudad iluminada, y en un aparador descansaban botellas de whisky añejo, cada una cuidadosamente seleccionada. En el centro, un escritorio de caoba pulida y dos sillones de cuero. Allí esperaba Facundo, con la chaqueta colgada en el respaldo y la corbata floja, como un hombre que tenía todo el tiempo del mundo y el control absoluto del espacio.
La puerta se abrió y Valeria entró con paso firme. Su traje beige entallado resaltaba su figura, y aunque proyectaba elegancia y seguridad, llevaba dentro un torbellino de pensamientos. Desde que aceptó verse con él en privado, sabía que jugaba con fuego. Pero la idea de destruir desde dentro lo que tanto la había humillado en el bufete la mantenía firme.
Facundo se levantó apenas, dedicándole una sonrisa torcida.
—Valeria. Puntual como siempre.
—Facun