Mateo estaba recostado en el sofá, con un semblante mucho más recuperado que días atrás. Su rostro aún mostraba las huellas de la fiebre y el cansancio, pero la sombra de la muerte que lo había rondado parecía haberse disipado. Ahora podía detenerse a mirar a Clara con calma, y lo que veía le resultaba tan sorprendente como cautivador.
Ella se movía por la sala con una seguridad distinta. Sus uñas impecablemente pintadas, un vestido ligero que resaltaba sus curvas, y un rostro que brillaba con un nuevo maquillaje. Esa era su Clara, pero a la vez no lo era: parecía renacer ante sus ojos.
—Clara… ¿esto es maquillaje? —preguntó con el ceño fruncido, casi como un niño curioso.
Ella giró con una media sonrisa.
—Sí.
—¿Y desde cuándo usas tantas cosas? —insistió él, genuinamente intrigado—. Lo único que yo había visto acá era un lápiz labial, la cosa negra que te pones en las pestañas y un polvo blanco… ¡y ya!
Clara soltó una carcajada divertida.
—Bueno, pues de ahora en adelante me v