El centro de spa estaba decorado con luces suaves y aromas de lavanda. Clara cerró los ojos apenas entró en la sala de masajes. La camilla estaba cubierta por sábanas blancas, limpias, y la música de fondo era un murmullo de agua corriendo. La masajista, con manos firmes, empezó a trabajar sobre sus hombros tensos.
Cada presión liberaba un nudo acumulado durante meses.
—Respire profundo —indicó la mujer con voz serena.
Clara obedeció. Sintió cómo el peso de las noches sin dormir, de las discusiones, de los miedos, comenzaba a diluirse con cada movimiento. El dolor físico que cargaba en la espalda se transformó en una sensación de alivio.
"Así debía sentirse la libertad", pensó, con los ojos cerrados.
Al terminar, se miró en el espejo del vestidor y apenas se reconoció. No porque hubiera cambiado físicamente, sino porque la calma en su expresión era nueva.
De allí fue directo al salón de belleza. Eligió un esmalte rojo intenso para sus uñas, un tono que nunca se había atrev