Por primera vez en semanas, Clara caminaba por los pasillos del bufete sin sentir las miradas punzantes de sus compañeros. Nadie cuchicheaba a sus espaldas, nadie lanzaba insinuaciones disfrazadas de cortesía. El ambiente, aunque seguía cargado por la presión de los proyectos, se sentía distinto. Más neutro, más respirable.
Suspiró aliviada. El comunicado de Alejandro había sido claro, casi quirúrgico: él mismo se había presentado ante los medios, confirmando que su relación con la arquitecta Jiménez era estrictamente profesional, pidiendo disculpas públicas a Clara y a su esposo por cualquier inconveniente ocasionado por la exposición mediática, y anunciando que al congreso lo acompañaría Raúl Zambrano, el jefe de arquitectos.
Las palabras habían caído como bálsamo. La prensa, siempre hambrienta de escándalo, perdió interés en la historia al no tener carne que desgarrar. Los compañeros del bufete, que habían comenzado a inquietarse por los rumores, ahora recuperaban la normalidad