El bufete respiraba un aire de euforia contenida. Los proyectos simultáneos habían convertido los pasillos en un hervidero de voces, carpetas y planos. Todos corrían de un lado a otro con la energía de quienes saben que su trabajo está bajo la lupa de la ciudad.
Clara se esforzaba por mantener la calma en medio de esa vorágine. La propuesta de Alejandro para el congreso seguía martillando en su mente. Por un lado, la llenaba de orgullo; por otro, temía que ese protagonismo encendiera más sospechas, tanto dentro del bufete como en su propia casa.
Aquella mañana, Valeria organizó una pequeña reunión improvisada en la sala de ingeniería. Su tono era cordial, pero Clara sintió desde el principio que había algo más detrás de su sonrisa impecable.
—Quiero agradecerles a todos por la colaboración —dijo Valeria, desplegando unos gráficos en la pantalla—. Estos cálculos no habrían sido posibles sin la paciencia del ingeniero Thomas.
Mateo, sentado junto a ella, asintió con discreción.
—Fue un