La mañana del lunes comenzó con un aire distinto en el bufete. Los pasillos, habitualmente vibrantes de conversaciones, tenían un murmullo más bajo de lo habitual, como si todos esperaran algo que aún no terminaba de revelarse. Clara llegó temprano, con su carpeta de planos bajo el brazo y el cabello recogido en un moño sencillo. Había dormido poco: los ecos de la última carta de Facundo todavía golpeaban en su mente. Aunque había decidido entregarla a la policía, había preferido esperar a hablarlo primero con Mateo.
Mientras caminaba hacia su oficina, notó algo que le heló la sangre: un automóvil oscuro estaba estacionado frente al edificio. Podía ser coincidencia, un vecino, un cliente, cualquiera… pero su intuición no la dejaba en paz. Esa sensación de ser observada le quemaba la nuca. No se detuvo. Entró al edificio con paso firme, fingiendo indiferencia, aunque por dentro la ansiedad le apretaba el pecho.
En el bufete, Alejandro ya la esperaba. Vestía un traje gris claro, perfect