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Capítulo 5 – El reencuentro

Era una tarde cualquiera. Clara había salido del trabajo con el cansancio habitual de la cafetería, pero con una paz distinta desde que decidió cortar de raíz con Facundo y también que su amada madre confirmaba que fue su mejor decisión. El sol comenzaba a caer, tiñendo la ciudad de tonos anaranjados, y una brisa ligera le acariciaba el rostro mientras caminaba distraída, pensando en lo que su madre le había dicho días atrás sobre que no se le ocurriera volver con ese hombre.

—¿Clara?

La voz la detuvo en seco. Se giró. Y ahí estaba él: Mateo Thomas.

El tiempo parecía no haber pasado, aunque sus facciones mostraban madurez. Tenía el cabello ligeramente más corto, un porte seguro y aquella sonrisa limpia, sincera, que no necesitaba disfrazarse. Clara sintió un vuelco en el corazón al verlo con una apariencia de felicidad; no lo veía desde hacía años, desde aquellos pasillos universitarios donde habían compartido sonrisas tímidas y conversaciones breves.

—¡Mateo! —exclamó, sorprendida, con una mezcla de alegría y timidez.

Él rió, llevándose una mano a la nuca, gesto que recordaba de antaño.

—No puedo creerlo… tanto tiempo sin verte, no ha sido tanto solo han pasado dos años, y mateo con rostro sorprendido le reclama, ¡te parece poco! y ambos rieron.

Ambos decidieron sentarse en una pequeña cafetería cercana, un sitio de mesas de madera gastada y aroma a café recién molido que envolvía el lugar como un abrazo. El murmullo suave de otras conversaciones les daba intimidad, como si el mundo alrededor se desvaneciera.

La charla fluyó con naturalidad. Hablaron de trabajo, de familia, de los viejos compañeros de la universidad en su clases compartidas. Clara se descubrió a sí misma riendo de nuevo, una risa genuina, clara, que había olvidado en medio de tantas lágrimas. Mateo, con su humor sencillo, lograba arrancarle sonrisas que nacían desde el corazón.

—¿Recuerdas aquel profesor que siempre llegaba con los zapatos distintos? —rió Mateo, golpeando suavemente la mesa.

Clara rió a carcajadas.

—¡Cómo olvidarlo! Pensaba que lo hacía a propósito, para distraernos.

Esa complicidad sencilla le devolvía una calidez que hacía años no sentía. Entre tazas de café y miradas que se encontraban más de lo normal, Clara fue notando algo en sus ojos: una mezcla de ternura y admiración que parecía haberse quedado intacta desde la universidad.

En un momento de silencio, Mateo la observó con seriedad.

—¿Sabes? Siempre pensé que tú merecías algo mejor, supe que te separaste de Facunco.

Clara bajó la mirada, sintiendo un nudo en la garganta. No quería hablar de Facundo, pero tampoco podía ocultar las cicatrices que aún cargaba. Mateo no necesitaba explicaciones: parecía entender sin que ella dijera una palabra.

—No me atreví a decirte nada antes, porque supe que estabas con él… —continuó—. Pero, Clara, yo… nunca dejé de pensar en ti, me has gustado desde que te conocí.

Las palabras la golpearon con suavidad, como una caricia inesperada. Su corazón latió con fuerza. ¿Era posible que alguien hubiera guardado un sentimiento tan puro, incluso en silencio, mientras ella atravesaba tanto dolor?

—Mateo… —susurró, sin saber qué responder.

Él extendió la mano sobre la mesa y tomó la suya con cautela, sin presionarla, como si temiera que se rompiera en mil pedazos.

—No quiero que tomes esto como prisa, ni como una obligación. Solo quiero que sepas que aquí estoy. Si decides darme una oportunidad, no te prometo perfección… pero sí honestidad.

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