La noticia del compromiso se esparció pronto entre los más cercanos. Clara, emocionada, comenzó a organizar con calma y sencillez los preparativos de la boda. No quería lujos ni despliegues exagerados, sino algo íntimo, lleno de significado y amor.
La elección del vestido fue una de las primeras cosas. En una boutique pequeña, con paredes adornadas de espejos y luces suaves, Clara se probó varios diseños. Pero al mirarse al espejo con uno sencillo, de encaje delicado y falda fluida que caía con elegancia natural, supo que era el suyo.
—No necesito nada más —dijo sonriendo, con los ojos brillantes—. Solo sentirme yo misma en ese día.
Su madre, Zulema, que la acompañaba en ese momento, no pudo contener las lágrimas. La miraba como si volviera a verla pequeña, pero ahora convertida en una mujer segura y plena.
—Estás preciosa, hija mía… —susurró con la voz entrecortada, mientras le tomaba la mano.
Mateo, cuando la acompañó a una de las pruebas finales, se quedó inmóvil al verla sali