Los días en el bufete tomaron un ritmo distinto. Clara, después de aquella noche en que se desahogó ante Mateo, se sentía más ligera, como si se hubiera quitado un peso de encima. Todavía tenía miedo, todavía había cicatrices, pero ya no estaba hundida en silencio.
Ahora podía sonreír con más facilidad. Sus compañeros lo notaron. Una de las diseñadoras comentó un día durante el almuerzo:
—Clara, últimamente te veo distinta. Más segura… como si algo hubiera cambiado.
Ella sonrió, bajando la mirada hacia su café.
—Tal vez estoy aprendiendo a confiar en mí misma.
El proyecto en el que trabajaba avanzaba con fuerza. Sus ideas de paisajismo estaban tomando forma en planos definitivos, y el arquitecto principal la felicitó al ver cómo lograba integrar estética y funcionalidad.
—Se nota tu pasión en cada detalle —le dijo—. Si sigues así, este proyecto llevará tu sello.
Clara sintió un calor en el pecho. Por años había escuchado voces que la hacían sentir pequeña, incapaz, dependiente.