Habían pasado varios meses desde que Clara inició la pasantía. Su vida aún tenía sombras, pero poco a poco, en el bufete, había descubierto algo que creía perdido: confianza en sí misma.
Una tarde, mientras revisaba maquetas y presentaba a su equipo la idea de un parque urbano lleno de jardines funcionales, alguien entró en la sala.
—Disculpen, vengo a dejar los planos de la parte estructural.
Clara levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de Mateo.
El tiempo pareció detenerse. Él la observó por unos segundos, sorprendido, y luego sonrió. No era la misma Clara que había visto meses atrás, temerosa y con evasivas. Ahora había en sus ojos un brillo distinto: seguridad, entusiasmo, una alegría silenciosa que lo conmovió.
—¿Mateo? —preguntó ella, incrédula.
—Clara… —respondió él, con una mezcla de sorpresa y ternura—. No puedo creerlo.
El arquitecto principal aclaró la voz, interrumpiendo el momento.
—¿Se conocen?
—Sí, fuimos compañeros en la universidad compartimos un