Era una mañana tranquila en el bufete. Clara revisaba unos planos en su escritorio cuando escuchó la voz que menos quería oír.
—Disculpe… ¿Clara Jiménez trabaja aquí?
El recepcionista levantó la vista. Frente a él estaba Facundo, vestido con camisa planchada y una expresión falsa de humildad.
—Soy… un amigo cercano. Solo quiero saludarla, asegurarme de que está bien.
Clara, al escuchar su nombre en esa voz tan conocida, sintió cómo la sangre le hervía. Se levantó de golpe y lo encontró de pie en la recepción, sonriendo como si nada.
—¿Qué haces aquí, Facundo? —preguntó con tono frío, pero sus manos temblaban.
Él abrió los brazos, fingiendo sorpresa.
—Solo vine a verte. Me alegra tanto que estés creciendo, Clara. Te lo mereces, y sabes que siempre quise lo mejor para ti.
El recepcionista, incómodo, miró a Clara buscando alguna señal. Ella respiró hondo.
—No tienes derecho a venir aquí. Este es mi trabajo, mi espacio. No vuelvas más.
Facundo cambió de expresión. Por un segundo