La casa donde se alojaban en Ucrania era amplia y fría, de muros gruesos y ventanas que parecían diseñadas para resistir inviernos interminables. Aunque los radiadores estaban encendidos, había algo en el ambiente que recordaba la dureza de la tierra donde Mateo había crecido. La madera crujía con cada paso y el viento se colaba entre los marcos de las ventanas, produciendo un silbido constante que a Clara le resultaba a la vez inquietante y melancólico.
Mateo cerró la puerta tras ellos con un suspiro pesado, como si cada bisagra chirriante fuera el eco de sus recuerdos. Clara lo miró con ternura. Desde la visita a la clínica donde se había enfrentado a Bastian, lo notaba distinto: no solocap cansado, sino con esa especie de sombra que cargan los hombres que acaban de mirar de frente a sus demonios.
Ella se sentó en el sofá, cubriéndose con una manta de lana. El embarazo avanzaba bien, pero aún se cansaba con facilidad. El bebé había comenzado a moverse con más fuerza, recordándol