Clara jamás pensó que aquel día, que había empezado con la rutina de siempre en el bufete, terminaría convertido en una pesadilla. Había acompañado a sus compañeras a la salida, charlando distraída sobre la presión que todos sentían con el proyecto del puerto, y cuando Mateo le avisó que debía salir en el auto con un colega para atender un asunto urgente, no dudó en decirle que ella tomaría un taxi a casa. No quiso darle importancia, aunque por dentro el cansancio de la jornada y el recuerdo de las últimas semanas pesaban sobre sus hombros. Caminaba tranquila hacia la avenida, con la bolsa colgando de su brazo, cuando de pronto, sin aviso, sintió cómo alguien la sujetaba con violencia. Una puerta de auto se abrió de golpe, una mano dura como hierro la jaló hacia adentro, y antes de poder reaccionar ya estaba atrapada en la oscuridad del vehículo.
—¡Suéltame! —gritó con toda la fuerza que le permitía la garganta, arañando, pataleando, sintiendo la desesperación subir como un incendio