La sala de juntas principal estaba colmada de energía contenida. Las luces cálidas iluminaban la mesa central, donde reposaban maquetas, tablets y carpetas llenas de cálculos. El aire olía a café recién preparado, a papel recién impreso y a tensión profesional. Cada grupo había expuesto con rigor, y aunque Raúl y Ernesto insistían en que “aquí nadie compite, todos somos engranajes”, la naturaleza humana imponía otra verdad: cada equipo quería dejar huella, mostrar que su visión podía sostener el futuro del puerto de Costa Verde.
El murmullo se apagó cuando Raúl se levantó de su asiento principal. Con voz firme, pero serena, anunció:
—Nos acercamos al cierre de esta jornada. Quedan dos equipos por presentar: el quinto y el sexto. Han sido horas intensas y estoy seguro de que lo que veremos ahora estará a la altura de lo que hemos compartido.
Ernesto, a su lado, asintió con ese gesto sobrio que imponía respeto.
—Recuerden —añadió—: cada propuesta suma, cada cálculo, cada diseño