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Capítulo 13: La propuesta, la carcajada y la reina que no lo vio venir

La galería secreta de Cardiff estaba lista para su inauguración oficial. Las paredes brillaban con las obras de Lucía, los invitados llegaban con copas de té de mango en la mano. Y tos amigos más tontos de la reina ya habían montado una “zona de caos creativo” con sombreros de papel. Arepas con nombres artísticos y una instalación titulada “El Reino del Sabor Desobediente”.

Lucía caminaba entre los asistentes con su vestido restaurado. Una flor en el cabello y la seguridad de quien ha aprendido a reinar sin pedir permiso. Javier, a su lado, no dejaba de mirarla como si fuera una obra viva.

—¿Estás lista para tu discurso? —preguntó él.

—Estoy lista para lo que sea… menos para que alguien me pida que hable en galés —respondió ella, riendo.

Pero lo que no estaba en el programa —ni en su imaginación— era lo que ocurrió minutos después.

El príncipe de Gales subió al pequeño estrado. Todos guardaron silencio. Lucía pensó que iba a hablar de arte.  De cultura. De empanadas diplomáticas. Pero no.

—Esta noche no solo celebramos una exposición. Celebramos a una mujer que ha transformado el arte en puente, el humor en lenguaje y la empanada en símbolo de unidad —dijo el príncipe, con voz firme—. Y yo… tengo algo más que celebrar.

Lucía frunció el ceño. Javier levantó una ceja. Sebastián dejó caer su copa. Marquitos murmuró: “¿Esto es parte de la performance?”

El príncipe bajó del estrado, se acercó a Lucía, y sacó una pequeña caja de terciopelo azul.

—Lucía, Reina Creativa de Gran Bretaña… ¿aceptarías casarte conmigo?

Silencio absoluto.

Luego, una carcajada colectiva.

—¡Un príncipe casándose con la reina de Gran Bretaña! —gritó Marquitos, rodando por el suelo de la risa.

—¡Esto es como una telenovela escrita por un chef! —añadió Lili, secándose las lágrimas.

Lucía se quedó congelada. Miró al príncipe. Luego a Javier. Luego a sus amigos. Que ya estaban planeando el menú de la boda ficticia.

—¿Estás… hablando en serio? —preguntó ella, aún sin procesar.

—Completamente. No por protocolo. No por títulos. Sino porque tú me enseñaste que el amor también puede ser un acto creativo —respondió el príncipe, con una sonrisa serena.

Lucía respiró hondo. Miró a Javier, que no decía nada. Pero cuya mirada lo decía todo.

—Alteza… —dijo ella, con una sonrisa amable—. Estoy profundamente honrada. Pero yo ya tengo un reino. Uno donde el amor no necesita coronas. Y un compañero que me eligió antes de que el mundo me llamara reina.

El príncipe asintió, con elegancia. —Entonces, que viva el arte. Y que viva el amor… aunque no sea real.

Los amigos aplaudieron. Sebastián gritó: —¡Esto fue mejor que cualquier final de temporada!

Lucía tomó la mano de Javier. —¿Tú sabías algo de esto?

—Solo sabía que eras irresistible. Pero no pensé que tan literalmente —respondió él, besándola en la frente.

Lucía seguía de pie frente al príncipe de Gales, con la caja de terciopelo aún abierta y el silencio convertido en un eco que parecía durar siglos. Sus amigos más tontos ya estaban en modo celebración ficticia: Marquitos improvisaba una marcha nupcial con una flauta de juguete.  Lili buscaba pétalos de flores en una bolsa de arepas. Y Sebastián escribía titulares imaginarios como “Reina Creativa acepta propuesta real y exige empanadas en la boda”.

—¿Esto está pasando? —susurró Lucía, sin moverse.

—Está pasando —respondió Javier, con una sonrisa que mezclaba sorpresa y resignación.

El príncipe, aún de rodillas, parecía tranquilo. —No espero una respuesta inmediata. Solo quería que supieras que, más allá de títulos y protocolos, admiro profundamente tu forma de reinar. Y sí… me encantaría compartir ese reinado contigo.

Lucía se llevó la mano al pecho. No por drama. Sino porque el corazón le hacía maromas.

—Alteza… yo no soy una reina tradicional. No tengo linaje, ni castillo, ni paciencia para cenas formales. Mi corte usa sombreros de cartón y hace esculturas con empanadas.

—Precisamente por eso —respondió él—. Porque tu reino es real. Porque tú lo hiciste posible.

Marquitos gritó desde el fondo: —¡Que alguien le diga que Lucía ya está casada con el arte!

Lili añadió: —¡Y con el caos emocional! ¡Eso también cuenta!

Lucía se rió. Una risa que rompió el protocolo, el silencio y la tensión. Se acercó al príncipe, cerró la caja con delicadeza y dijo:

—Gracias. De verdad. Pero mi corazón… ya está comprometido. Con mi historia. Con mi gente. Y con alguien que me vio como reina antes de que el mundo lo hiciera.

Javier se acercó. No dijo nada. Solo tomó su mano.

El príncipe se levantó, con elegancia. —Entonces, que viva tu reinado. Y que viva el amor… aunque no sea con corona compartida.

Sebastián aplaudió. Marquitos lanzó confeti hecho con servilletas. Lili lloró, aunque nadie supo si era por emoción o por la cebolla de una empanada mal cerrada.

Lucía miró a todos. Luego al príncipe. Luego a Javier.

—Hoy aprendí que incluso los cuentos de hadas pueden tener finales alternativos. Y que decir “no” también puede ser un acto de amor.

Y así, entre risas, confeti improvisado y una propuesta que se convirtió en leyenda, Lucía cerró el capítulo 13. No como princesa, ni como reina por accidente, sino como mujer que eligió su historia… y la escribió con sabor, humor y corazón.

El salón de la galería secreta seguía en silencio, aunque no por falta de ruido. Marquitos ya había comenzado a tocar una marcha nupcial con una flauta de papel, Lili buscaba pétalos entre servilletas, y Sebastián escribía titulares ficticios como “Reina Creativa rechaza corona por amor con sabor”.

Lucía, aún frente al príncipe de Gales, tenía la caja de terciopelo cerrada en sus manos. No por desprecio, sino por respeto. Por sorpresa. Por la certeza de que su historia no necesitaba más coronas.

—Alteza… —dijo finalmente, con voz firme pero cálida—. Estoy honrada. De verdad. Pero yo no llegué aquí buscando un trono. Llegué con una empanada, un vestido manchado, y un corazón que ya estaba comprometido.

El príncipe asintió, con elegancia. —Lo sé. Y por eso mismo lo intenté. Porque usted no es una reina por protocolo. Es una reina por convicción.

Javier se acercó, sin decir nada. Solo tomó la mano de Lucía, como quien sabe que no necesita palabras para estar presente.

—Él me vio como reina antes de que el mundo lo hiciera —dijo Lucía, mirando a Javier—. Y eso… no se puede reemplazar.

Marquitos gritó desde el fondo: —¡Eso sí es una historia de amor! ¡Con arepas, pintura y sin castillos!

Lili añadió: —¡Y sin vestidos incómodos ni cenas silenciosas!

Sebastián levantó su copa de té de mango. —¡Brindemos por el rechazo más elegante de la historia!

El príncipe sonrió. —Entonces, que viva su reinado. Y que viva el amor… aunque no sea con corona compartida.

Lucía se acercó, le entregó la empanada que había guardado como símbolo de su viaje, y dijo:

—Para que recuerde que a veces, lo más poderoso no es lo que se ofrece… sino lo que se elige.

Aplausos. Risas. Una ovación que no venía del protocolo, sino del corazón.

Y así, entre propuestas inesperadas, amigos que convertían todo en fiesta, y una reina que eligió su historia sin pedir permiso, Lucía cerró el capítulo 13. No como princesa, ni como reina por accidente, sino como mujer que supo decir “no” con amor… y “sí” a lo que realmente importa.

El salón quedó en suspenso. El príncipe de Gales, con la caja de terciopelo aún abierta, mantenía la mirada firme. Lucía, reina de Gran Bretaña por derecho creativo y corazón valiente, no sabía si reír, llorar o pedir una empanada para pensar mejor.

—¿Estás proponiéndome matrimonio… en medio de una galería secreta, con mis amigos disfrazados de esculturas vivientes? —dijo ella, apenas conteniendo la risa.

—Sí, Su Majestad —respondió él con serenidad—. No por deber, sino por admiración. Por lo que representas. Por lo que despiertas.

Marquitos soltó una carcajada que rebotó en las paredes. —¡Esto es como si una arepa se casara con el té de las cinco!

Lili ya buscaba flores para improvisar un ramo. Sebastián murmuraba titulares como “La reina que dijo ‘¿en serio?’ antes de decir ‘sí’ o ‘no’”.

Lucía respiró hondo. Dio un paso al frente. Cerró la caja con delicadeza.

—Alteza… no tengo palabras. Bueno, sí las tengo, pero están bailando en mi cabeza como si estuvieran en una comparsa. Esto es hermoso, inesperado y profundamente surreal. Pero yo ya estoy casada con algo más grande que una corona: con mi historia. Con mi gente. Con este caos que me acompaña y me hace reina todos los días.

El príncipe asintió, sin perder la sonrisa. —Entonces, que tu reinado siga siendo libre. Y que el mundo aprenda de él.

Lucía lo abrazó. No como reina. No como figura pública. Como mujer que agradece, que honra, que elige.

—Gracias por ver en mí algo digno de compartir. Pero mi trono ya está lleno… de pinceles, empanadas y un amor que no necesita ceremonia.

Javier, que había observado todo en silencio, se acercó. Le tomó la mano. No dijo nada. No hizo falta.

Los amigos aplaudieron. Marquitos lanzó confeti hecho con servilletas. Lili lloró, aunque nadie supo si era por emoción o por el picante de una empanada mal cerrada.

Lucía alzó su copa de té de mango. —Brindo por los “no” que también son actos de amor. Por los príncipes valientes. Y por las reinas que eligen su camino sin perder la risa.

Y así, entre aplausos

, humor y una propuesta que se convirtió en leyenda, no como una reina que necesitaba un cuento, sino como la autora de su propia historia.

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