Desperté con un leve dolor en la cabeza y una sensación de calor que me rodeaba como una manta invisible. Tardé unos segundos en reconocer el techo blanco de mi habitación. Parpadeé varias veces hasta que la imagen frente a mí cobró forma.
Lucian estaba sentado a mi lado, dormido, con su cabeza recargada en el borde del colchón y su mano sujetando la mía.
Me quedé inmóvil, observándolo. La luz de la mañana se filtraba por la ventana, delineando su rostro tranquilo. Su respiración era lenta, serena, y sus pestañas proyectaban sombras suaves sobre sus mejillas. Era tan extraño… tan irreal.
Apenas lo conocía, y sin embargo, sentirlo ahí me hacía sentir… segura.
No entendía por qué.
Mi pecho se apretó suavemente y una calidez me recorrió al notar que no había soltado mi mano en ningún momento. *¿Cuánto tiempo habrá estado aquí?*
Moví un poco mis dedos, y él pareció reaccionar, abriendo lentamente los ojos. Se los talló con la mano libre y me miró con expresión adormecida.
—¿Te sientes bie