Despertar fue como salir a flote después de hundirme durante horas.
Mis párpados pesaban, mis manos se sentían frías y había un pitido constante acompañando cada latido de mi corazón. Tardé unos segundos en reconocer el lugar: paredes blancas, luz artificial, el olor a desinfectante.
Un hospital.
Intenté moverme, pero algo me lo impidió. Una mano cálida sostenía la mía. Cuando giré la cabeza, lo vi. Lucian estaba allí, con la mirada fija en mí. Su rostro estaba agotado, sus ojos hinchados, como si hubiera pasado días enteros sin dormir. Y cuando nuestros ojos se encontraron, su expresión se quebró.
—Esther… —susurró mi nombre con una mezcla de alivio y desesperación.
Antes de que pudiera decir algo, él se inclinó sobre mí y me rodeó con sus brazos. Su cuerpo temblaba, y sentí cómo las lágrimas caían sobre mi hombro.
—Por fin regresaste —dijo con la voz entrecortada—. No sabes cuánto te extrañé… cuánto recé por esto.
Sus palabras me descolocaron. Lo miré, confundida, mientras él seguía