Todavía tenía las manos temblorosas cuando los policías me pidieron que me acercara. El hombre que había atacado a mi compañera y luego me había intentado golpear estaba esposado, con la cara roja de rabia, aunque ahora su mirada se veía más apagada, derrotada.
—Señorita, necesitamos que nos acompañe a la estación para dar su declaración —dijo uno de los agentes con tono profesional, aunque amable.
Yo asentí sin pensar mucho, mientras mi vista se desviaba hacia Lucian. Su brazo vendado era una mancha blanca que contrastaba con su camisa oscura, y aún así mantenía una postura tranquila, como si la herida no le importara. *Por mi culpa está herido,* pensé, y un nudo me apretó la garganta.
El gerente se acercó, con gesto preocupado.
—Sara, no te preocupes más por lo de hoy. Fue demasiado susto. Te daré el resto del turno libre, será mejor que vuelvas a casa cuando todo esto termine.
—Gracias… de verdad, gracias —susurré, todavía aturdida.
Tomé mi bolso, dispuesta a salir del café con los