Lucian se quedó en silencio unos segundos después de que Aldrec apareció en la habitación. Su mirada, tensa, oscilaba entre la mía y la de mi primo. El aire en la habitación se volvió denso, cargado de algo que no podía describir: una mezcla de alivio, rencor y un cansancio algo bestial. La plática había sido intensa.
Finalmente, Lucian se pasó una mano por el cabello y suspiró.
—Necesitan hablar —dijo con voz suave, mirándome con ternura—. Te esperaré afuera.
—Lucian… —quise detenerlo, pero él me sonrió, esa sonrisa tranquila que siempre conseguía desarmarme.
—No tardaré —añadió, y antes de salir, me acarició la mejilla con los dedos—. Te amo.
Sus palabras se quedaron suspendidas en el aire, tibias, y el sonido de la puerta al cerrarse fue un recordatorio de que, por primera vez en mucho tiempo, Aldrec y yo estábamos solos.
El silencio se alargó. No sabía cómo empezar. Había tanto que decir, tanto que no entendía todavía. Aldrec fue el primero en hablar.
—Te ves diferente —comentó, c