El sonido del viento fue lo primero que escuché. Un murmullo suave, constante, como si alguien respirara muy cerca de mí. Abrí los ojos lentamente y me encontré rodeada de árboles. El suelo estaba cubierto por hojas húmedas y el aire olía a tierra, a lluvia y a vida. Un bosque.
Me incorporé con dificultad, sintiendo la cabeza pesada, el cuerpo frío. Miré a mi alrededor tratando de entender cómo había llegado ahí. Todo era tan… familiar.
Había algo en ese lugar, en la manera en que el sol se filtraba entre las ramas, en el silencio que lo envolvía todo, que me resultaba dolorosamente conocido.
Como si alguna parte de mí ya hubiera caminado por esos senderos, respirado ese aire, sentido ese miedo.
Di un paso, y entonces lo vi. Un joven estaba arrodillado frente a una roca cubierta de musgo. Lloraba. Sus hombros se movían con el ritmo de su llanto, y el sonido que escapaba de su garganta era tan profundo que me encogió el corazón.
Quise acercarme, pero algo me detuvo.
El chico vestía un