7. Me parece un trato justo

Me aseguraría de molestar a Brian todo lo posible.

 Él estaba absolutamente en contra de las relaciones entre empleados, por lo que, si las descubría… era un despido inminente. Le pasó a una de las chicas que trabajaba en administración con uno de los líderes de contabilidad.

Me coloqué el vestido y, tras eso, me maquillé mientras soltaba mi cabello. Me había encargado de usar los mejores productos que tenía, haciendo que mis rizos se definieran como si fuesen parte de un comercial. Me observé en el espejo: estaba tan impactante que ni siquiera parecía yo misma. Sin poder evitarlo, me sonreí. Apenas salía… siempre trabajando, y trabajando… y teniendo más trabajo para poder sostener a mi familia. Mis únicas salidas —irónicamente— eran cuando Brian me invitaba a sus cenas de trabajo, las cuales se repetían varias veces por meses. Pero esta vez era diferente.

Esta vez, haría todo lo posible para que me despidiera.

Lo conocía. Con este atuendo, lanzaría el grito al cielo. Se notaba a leguas que mi intención era llamar la atención. Para él, eso era inaceptable: “el trabajo es trabajo y punto”. Un mensaje en mi teléfono interrumpió mi pequeña burbuja de paz: era Brian, diciéndome que bajara.

Me despedí de mi madre y bajé. Me lo encontré recostado contra su auto, distraído mirando el teléfono. Su perfil era perfecto... demasiado para mi gusto. Llevaba uno de esos trajes de diseñador hechos a medida, con una camisa blanca perfectamente planchada. Ese día había traído su Bugatti, lo que solo podía significar una cosa: iba por negocios grandes.

Me acerqué a él. El sonido de mis tacones fue suficiente para captar su atención. Alzó la vista, me miró fijamente… y sus ojos se nublaron de inmediato. No dijo nada. Me escudriñó con detenimiento, como si no pudiera procesar lo que veía. Abrió la boca por unos segundos, se enderezó y, lo juro, lo vi exhalar lentamente. Llevó sus dedos al cuello de su camisa y se desabrochó el primer botón, como si necesitara más aire.

—¿No crees que deberías reconsiderar ese atuendo para la reunión, Laurent? —dijo con una sonrisa que no llegó a ser amable. Más bien, parecía una advertencia pasivo-agresiva al estilo Brian.

—¿Prefieres que venga en pijama? Tengo una gran selección entre princesas Disney o polos de mi hermano que terminé secuestrando.

Alzó su ceja perfectamente perfilada.

—¿No vas a cambiarte?

Le lancé una mirada fría y respondí con sarcasmo:

—¿Por qué debería? ¿Te incomoda que tu formal secretaria vista así?

—Tal vez.

—Ja. ¿Y qué harás? ¿Vas a despedirme por eso? —pregunté con una enorme sonrisa.

Brian se encogió de hombros, fingiendo indiferencia.

—No, no te voy a despedir, si eso es lo que quieres saber —dijo, cruzando los brazos con calma—. Solo te recomiendo que no vuelvas a darme esa mirada si no quieres que tenga que recordarte quién manda aquí.

—Bueno, si no me permitirás ir así, entonces no iré —respondí con una sonrisa de victoria—. Me quedaré en casa con mi importante cita con mi sofá y N*****x.

Él soltó una carcajada burlona y, con una sonrisa sardónica, dijo:

—No, Laurent. No vas a quedarte en casa —su voz se volvió más firme—. Esta noche estaré encantado de mostrarle al mundo a la hermosa secretaria que tengo, y te aseguro que no hay nada que me impida lucirte en esa reunión. Te llevaré, aunque tenga que arrastrarte. Porque esta noche, créeme, te voy a mostrar por qué no puedes alejarte de mí.

Aunque sus palabras parecían sin emoción, lograron hacerme temblar ligeramente. Alzó su mano con suavidad para que se la diera, y lo hice. Siempre fue un verdadero caballero, eso no podía negarlo, pero esa noche... algo era diferente. Un simple roce de nuestras manos bastó para provocarme una descarga eléctrica por todo el cuerpo.

Brian, con total seguridad, me guio hacia la puerta del copiloto y me ayudó a sentarme. Pude ver una sutil sonrisa en sus labios.

—Hoy tendré que ponerme el traje de caballero y defenderte, porque presiento que tendré que luchar por tu honor.

—¿Por mi honor? Brian, creo que te equivocaste de época. Esta no es la Edad Media.

—Con lo hermosa que estás hoy, todos van a creerse caballeros. Y yo debo proteger el honor de mi lady.

Su voz era ronca, un susurro que parecía acariciarme la piel. Tomó mi mano y la besó con delicadeza, provocándome un sentimiento de deseo… y algo más. Nunca había visto esa mirada tan penetrante en ninguno de los chicos con los que había salido. No dijo más. Solo rodeó el auto tras cerrar la puerta, se acomodó en el asiento del conductor y comenzó a manejar.

Mientras conducía, conecté mi teléfono y puse Spotify. Brian me observó detenidamente mientras esperábamos el semáforo en rojo y escuchó la canción que puse.

—¿En serio? ¿Katy Perry? ¿Qué sigue? ¿Taylor Swift?

—Así es. ¿Cómo lo supiste? —le lancé una enorme sonrisa—. Si vas a secuestrarme en mi noche con el sofá, tendrás que aguantar mis gustos musicales.

—Me parece un trato justo.

Pensé que se molestaría, que me gritaría o, peor, que me despediría. Pero no. Me sorprendí cuando empezó a cantar una de mis tantas canciones pop. Según él, le había dado curiosidad mis gustos musicales desde que me oyó cantando un día… gritando a todo pulmón, para no mandarlo al diablo. Esa vez habia subido a la azotea a cantar Single Ladies para no matarlo… y, al parecer, me escuchó. Incluso se burló diciéndome que debía mejorar mi coreografía… porque sí, también me vio bailando.

¿Me consideraría loca?

No lo sé. Ni me interesa.

Llegamos al restaurante, que literalmente gritaba “elegancia” y parecía tan costoso que respirar su aire debía valer mil dólares. Brian entregó el auto al valet y, con delicadeza, puso su mano en mi espalda para guiarme. Su tacto era cálido, posesivo, firme… y lo suficientemente grande como para hacerme sentir como una muñeca. Un simple contacto bastó para provocarme un escalofrío que disimulé con esfuerzo.

Entramos. Sentía las miradas sobre nosotros. Algunas eran descaradamente curiosas. Parecía que querían devorarme con los ojos… hasta que veían a Brian a mi lado. Entonces, desviaban la mirada. Él era como un dóberman en traje. Y aunque no quisiera admitirlo… me gustaba.

¿Me gustaba?

Ok. Teníamos un gran problema, porque se suponía que debía hacerlo sufrir… y ahí estaba yo, disfrutando de su toque, de su presencia, de su protección camuflada con elegancia.

Varios se acercaron a hablar con Brian sobre negocios. Pero lo que no esperé fue ese escalofrío. Pasos imponentes. Una presencia capaz de hacer que todos a nuestro alrededor se desvanecieran. Una mirada que congelaba el tiempo.

Levanté la vista.

Jacob.

Me miraba con tal intensidad que era imposible no estremecerse. Me lanzó una sutil sonrisa… y entonces, sentí un apretón suave en mi espalda. Volteé: Brian también lo había notado. Lo miraba fijo. Entre ellos hubo una conversación silenciosa con sus ojos, cargada de electricidad.

Jacob se acercó con pasos seguros, desvió su mirada hacia mí… y lo que me preguntó fue suficiente para que todo lo demás desapareciera.

Éramos solo nosotros tres.

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