Início / Romance / Recuperando a mi Millonaria secretaria / 6. Si él quería guerra, esta noche la tendría.
6. Si él quería guerra, esta noche la tendría.

La tensión entre nosotros era tan palpable que casi se podía respirar. Líquida, densa… como si flotara en el aire y se metiera en los pulmones, como una advertencia. La mirada decidida de Brian, junto con su mano todavía aferrada a mi muñeca, dejaba claro que no pensaba dejarme ir tan fácilmente.

Fruncí el ceño, forcejeando otra vez. Con fuerza. Como si eso pudiera romper más que su agarre, como si también pudiera romper la absurda conexión que se formaba cada vez que me miraba de esa forma.

—Laurent… —su voz bajó un poco, y sus ojos me siguieron, intensos, de ese color grisáceo con un leve tinte azulado que, bajo la luz que se colaba por la ventana, parecían hechos para hipnotizar. Maldición—. Quiero decir… señorita Torres. En serio. No puedo dejarte ir.

—¿Ah, no? Pues qué lástima. Porque yo sí puedo, Brian —resoplé con rabia contenida—. Me iré en cuanto aceptes mi carta de renuncia.

—No lo haré. No permitiré que te vayas de mi lado.

—Ese es tu problema. No el mío.

Intenté salir. En serio lo intenté. Pero Brian fue más rápido. Cerró la puerta con su mano, con calma, sin violencia… y de pronto me vi atrapada entre la madera y su cuerpo. Su cercanía me robaba oxígeno. Levanté la vista, dispuesta a empujarlo otra vez, pero su expresión me congeló. Serio, pero no agresivo. Casi… vulnerable. O eso quería que creyera.

Y entonces, como si todo no fuera ya lo suficientemente confuso, sus ojos se suavizaron.

—No dejaré que te vayas. Si tengo que contratar un equipo legal completo para que te quedes conmigo… lo haré.

Su tono era suave. Suave y peligroso. Porque cuando Brian hablaba así, sin elevar la voz, era cuando más debía preocuparme. Su mirada tenía la magia para mantenerme congelada.

Su amenaza envuelta en terciopelo. Una promesa disfrazada de advertencia. Y entre nosotros, el aire cargado, eléctrico. Como si una chispa fuera suficiente para que todo explotara.

—¿De qué hablas? No puedes obligarme —murmuré. Más por mantener un poco de dignidad que por creerlo.

—¿No? Bueno… más o menos —sus labios casi rozaban los míos al hablar—. He estado intentando hacerlo por las buenas, señorita Torres. Pero según el contrato… se supone que estarías conmigo un… año… más.

Mi cerebro, que normalmente estaba ocupado ideando formas de hacerle daño legalmente permitidas, sufrió un cortocircuito. ¿Un año más? ¿Con él? ¿Con su voz, su presencia, su sonrisa idiota que aparecía cuando menos debía? ¿Con su tono pasivo-agresivo?

¡No!

Respiraba con dificultad. ¿Era por la ira o por la tensión? ¿O por las mariposas traicioneras que, a pesar de todo, decidían revolotear cuando él hablaba así?

—Para nada. Te doy un mes. Solo un mes, quieras o no —dije, tragando saliva, como si con eso pudiera ahogar también las mariposas traicioneras que habían despertado.

—¿Sabes lo que quiero? —dio un paso más. Un paso mínimo. Pero suficiente para que, si uno de los dos se inclinaba un poco más…—. ¿Quieres saberlo?

No.

Sí.

¡No!

Tal vez.

—¿Qué… quieres?

Mi voz apenas salió. Él sonrió. ¡Esa sonrisa! Misteriosa. Como si en su mente estuviera diciendo “te tengo justo donde quiero, y lo sabes”.

Y lo peor era que sí. Lo sabía.

Me frustraba. Me desesperaba.

Me… ¿emocionaba?

—Si realmente quieres que te despida este mes… —susurró con una voz tan deliciosa que mis neuronas aplaudieron en masa—, será mejor que seas más creativa en tu estrategia. Porque te advierto algo, Laurent: si me ofreces veneno en la comida, me lo comería sin pestañear antes de despedirte. Después de todo… eres mi secretaria. Y eso significa que estás aquí para quedarte. ¿No crees?

Su tono…

¡Ese tono!

Lo empujé con toda mi fuerza algo que lo tomó por sorpresa, porque se tambaleó un poco. Sus ojos se llenaron de algo parecido a diversión, pero también había un reto en ellos. Como si me dijera “Vamos. Inténtalo. Mátame si puedes”.

Definitivamente tenía que salir de esa oficina antes de que mi nombre apareciera en un documental policial titulado: “La secretaria que intentó asesinar a su jefe con una grapadora.”

—¡Me da igual! Haré todo lo posible para que aceptes mi renuncia. Y créeme, no será difícil. Tengo todos los motivos del mundo para querer irme y no volver a ver tu insufrible cara. Todos los días discuto con el espejo del baño por lo mucho que odio verte.

—Lo sé. El inodoro me contó todas las barbaridades que dices de mí.

No pude evitar reír. Solo un poco. ¡Lo odiaba! Pero… ¿cómo no reírme? Brian era el tipo de persona que podía sacarme de quicio en tres segundos y luego hacerme reír en uno. Una especie de superpoder maligno, definitivamente injusto.

Me pasé una mano por el cabello, tratando de recuperar algo de compostura. Falsa compostura. Porque por dentro era un caos total.

—No te preocupes. Terminarás renunciando a mí sin darte cuenta. Estoy trabajando en ello. Mi plan es infalible.

—Eso espero, señorita Torres. La veo para la cena de esta noche, así que le recomiendo que avance rápido con el trabajo. Pasaré por usted recuerde

¡Quise gritarle! Todos los insultos que conocía y algunos que aún estaba inventando. Pero me contuve. Respiré. Caminé fuera de su oficina con la dignidad posible y, al sentarme en mi escritorio, golpeé mi frente contra la madera.

¡Ese hombre me sacaría canas verdes!

Estaba convencida de que mi cabello cobrizo pronto se volvería blanco o, peor aún, empezaría a caerse por estrés. Me puse a trabajar como si mi vida dependiera de ello, y en cierta forma, así era. A las doce ya había terminado todo. No porque quisiera, sino porque cuanto antes saliera, antes podría planear mi venganza. O al menos… un cambio de vestuario.

No pensaba ser semi secuestrada por mi jefe usando mi pijama de Lilo y Stitch. Digna sí, pero en pantuflas no.

Caminé por la Quinta Avenida como una mujer en misión de guerra. Necesitaba un vestido. No uno bonito. Uno letal. Brian era un muro. Una muralla de arrogancia pasiva-agresiva con trajes costosos . Pero si algo podía desestabilizarlo, era verme vestida para matarlo… con elegancia

Recorrí tiendas, mirando vestidos sobrios, elegantes, con pinta de costar más de lo que ganaba muchas personas en seis meses. Entré a Bergdorf Goodman, decidida a cometer un pequeño crimen financiero.

Si Brian quería razones para despedirme… esta noche se las iba a servir con moño.

Buscaba entre los escaparates los modelos más provocativos sin caer en lo vulgar. Caros, sofisticados, letales. Justo lo que necesitaba para que se arrepintiera de haberme contratado como su asistente. Y luego lo vi…

El vestido.

Ese no era solo un vestido. ¡Era el vestido!

Negro. Ceñido con un escote de infarto sin caer en lo vulgar. Era largo con una abertura que dejaba el muslo derecho al descubierto y en su espalda estaba tan descubierto que cubría lo necesario sin gritar que eras una cualquiera manteniendo su elegancia.Perfectamente estructurado para que alguien como yo se sintiera como una diosa griega moderna.

Me reí sola.

Reí como si hubiera escuchado el mejor chiste del universo. Porque ya podía imaginarme la cara de Brian al verme usarlo. Iba a perder el juicio. Con suerte, los papeles del despido caerían de sus manos antes de que pudiera emitir palabra.

Tomé el vestido de sesenta mil dólares como quien toma un arma de destrucción masiva. Lo combiné con unos tacones de punta y, mientras me miraba en el espejo del probador, sonreí con malicia.

Si él quería guerra, esta noche la tendría.

Y yo pensaba ganarla con estilo.

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