6. Si él quería guerra, esta noche la tendría.
La tensión entre nosotros era tan palpable que casi se podía respirar. Líquida, densa… como si flotara en el aire y se metiera en los pulmones, como una advertencia. La mirada decidida de Brian, junto con su mano todavía aferrada a mi muñeca, dejaba claro que no pensaba dejarme ir tan fácilmente.
Fruncí el ceño, forcejeando otra vez. Con fuerza. Como si eso pudiera romper más que su agarre, como si también pudiera romper la absurda conexión que se formaba cada vez que me miraba de esa forma.
—Laurent… —su voz bajó un poco, y sus ojos me siguieron, intensos, de ese color grisáceo con un leve tinte azulado que, bajo la luz que se colaba por la ventana, parecían hechos para hipnotizar. Maldición—. Quiero decir… señorita Torres. En serio. No puedo dejarte ir.
—¿Ah, no? Pues qué lástima. Porque yo sí puedo, Brian —resoplé con rabia contenida—. Me iré en cuanto aceptes mi carta de renuncia.
—No lo haré. No permitiré que te vayas de mi lado.
—Ese es tu problema. No el mío.
Intenté salir. En