8. Quiere besarme

Su mirada era la de un cazador y yo, una simple presa.

Sus ojos eran azules como el cielo, pero en esos momentos estaban tan oscurecidos como el mismo cielo nocturno. Su sonrisa era perezosa pero encantadora. Estaba vestido con un traje negro también a la medida y, en esa ocasión, tenía el cabello azabache despeinado. Sus ojos se mantenían en Brian y pude jurar que tenía una sonrisa sólo para provocarlo.

—Vaya, hoy estoy de mucha suerte —murmuró Jacob, acercándose con paso elegante—. La secretaria más hermosa de la noche, que muy seguramente saldrá conmigo este sábado... y su jefe.

Brian, junto a mí, apenas alzó una ceja. Su mano en mi espalda se tensó... por un segundo. Lo suficiente para que yo lo notara. Luego volvió a su postura inquebrantable.

—Jacob, ella estará muy ocupada conmigo este sábado, así que no te ilusiones —dijo con voz suave, afilada como una navaja envuelta en terciopelo—. Además, qué sorpresa encontrarte aquí. Pensé que esta noche dejarías que tu padre viniera, pues la última vez me robaste a tres empleados.

Jacob rió sin pudor, como si la indirecta le resbalara.

—Hoy hubo unas excepciones, pues la compañía lo merece. Y tienes razón, quiero robarte a alguien más —me miró directamente, sin esconder nada.

La relación entre Brian y Jacob era interesante... por no decir tensa. Eran conocidos de la infancia; sus padres eran muy buenos amigos, pero ellos apenas se toleraban. Estaban obligados a colaborar juntos por los contratos de sus familias que los ataban, así que, para llevar la fiesta en paz, usualmente sólo hablaban de negocios y nada más. Jacob siempre fue encantador conmigo, pero Brian se volvía más pasivo-agresivo cuando él estaba cerca.

—Lástima que no tengo más empleados por aquí.

—¿Seguro? Yo veo a una empleada muy valiosa. Además, escuché por las malas lenguas en los pasillos que enviaste tu renuncia. ¿Es cierto?

Estaba a punto de responder, pero Brian lo hizo por mí.

—No sé de dónde escuchaste eso, pero como ves, la señorita Torres aún trabaja para mí.

La tensión entre ellos se volvía cada vez más densa, al punto de que apenas podía respirar.

—Laurent —habló con calma—, no era necesario que vinieras, aunque no me molesta verte.

—Lo sé, pero bueno, mi amado jefe al parecer me adora mucho —respondí, entrecerrando los ojos y sonriendo para intentar aligerar la electricidad entre los dos—. Brian insistió en traerme. Pensó que sería perfecta para atraer miradas como una buena pieza de decoración, ya que estos negocios no me competen.

—¿Decoración? —Jacob ladeó la cabeza—. Me parece insultante. Una mujer como tú no decora... roba el escenario.

Brian sonrió, esa sonrisa peligrosa que solo yo conocía, la que significaba: "di algo más que me enoje y verás cómo me pongo". Su tono fue impecable.

—Afortunadamente, también sabe cuándo quedarse en su lugar. Algo que no todos aquí parecen dominar.

La tensión entre ellos me estaba liquidando, aunque yo intentaba camuflarla. Se habían convertido en dos leones, reyes de sus propias selvas con trajes de diseñador.

—¿Me permites? —Jacob extendió una mano hacia mí, ignorando completamente a Brian—. Creo que el escenario me está pidiendo una demostración. ¿Puedo robarte por un instante, Laurent?

Brian no dijo nada. Pero el leve endurecimiento de su mandíbula habló por él. Yo parpadeé con inocencia fingida.

—¿Un baile? Qué cliché. ¿Y después qué? ¿Me vas a recitar poesía bajo la luna?

—Sólo si tú lo pides —dijo con esa sonrisa llena de una calma que gritaba peligro.

Miré a Brian, que me observaba como si pudiera detenerme solo con la mirada.

—¿Hay algún problema si acepto? —pregunté con amabilidad fingida, sabiendo exactamente qué estaba provocando.

—Ninguno —respondó él con una serenidad impecable—. Me encantaría ver hasta dónde llega tu tolerancia a lo cursi.

—Genial —dije, y tomé la mano de Jacob, que me ofreció el brazo como si fuésemos a casarnos y no a provocar un escándalo social.

Mientras nos alejábamos, sentí la mirada de Brian quemándome la espalda. Y por primera vez en mucho tiempo... no quise apagar el fuego. Quise ver qué tan lejos podía llegar.

Imaginaba que él no toleraría que su empleada estuviera con Jacob. Por las malas lenguas había escuchado que los empleados que solo hablaron de cuánto ganaban con él fueron despedidos al día siguiente... así que a mí me tocaba intentarlo.

Jacob comenzó a guiarme en el baile. Era un excelente bailarín y, aunque no quisiera admitirlo, la conversación con él era amena. Sentía la mirada curiosa de algunos, celosa de otros y algunas llenas de... ¿deseo? No me interesaba. El único que quería estar mortificando era a mi sensual jefe. Desvié los ojos con delicadeza, notándolo en el mismo lugar donde lo habíamos dejado, como si hubiera quedado pegado al suelo. Su nariz se abría con fuerza, como si se esforzara por respirar. El tic en su ojo estaba más vívido que nunca.

¡Estaba estresado!

Eso era lo que quería. Deseaba que se sintiera tan molesto que me gritara que no me quería ni cerca. Jacob me hacía girar con gracia y agilidad. No pude evitar reír con su encanto, pues, a pesar de que usualmente lo evitaba, su presencia me hacía sentir relajada.

Él era todo lo contrario a Brian.

Brian era el fuego; él, era el agua.

Brian era un terremoto; él, era el viento de verano.

Suave, lento. Sabías que estaba ahí, pero no era ese impacto que te hiciera estremecer.

La música comenzaba a apagarse con lentitud, dándonos a entender que se estaba acabando, y junto a ella, nuestro baile. Con una gracia que parecía de película, Jacob me dio otro giro para acunarme en sus manos. Me sostenía; mis pies quedaban en puntillas, pues apenas tenía un metro sesenta y dos, y él era alto. Sus ojos se mantuvieron en los míos y pude verlo...

Deseo.

Su lenguaje corporal me decía lo que no necesitaba decirme. Comenzaba a acercarse lentamente hacia mis labios, pues tenía la intención de besarme.

«¡Él va a besarme!»

«¡No puede ser! ¡Sí quiere besarme!»

«No.»

«¡No!»

Tenía una lucha interna intentando separarme, pero Jacob me mantenía sujeta de una manera impresionante. No era forzada, pero sí lo suficientemente firme para mantenerme quieta. La escena parecería hermosa, de película, simplemente perfecta.

Para mí, solo era una tortura emocional que deseaba que se detuviera.

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