Inicio / Romance / Reconquistando un corazón roto / Capítulo 4 · Ella ya no es tuya...
Capítulo 4 · Ella ya no es tuya...

Seis meses después…

Alexander Devereux llevaba meses buscándola. No con desesperación, sino con ese tipo de ansiedad contenida que corroe por dentro y no permite cerrar los ojos sin imaginarla. Había intentado contactar a conocidos, rastrear cuentas, incluso recurrir a su secretaria para seguir discretamente pistas. Pero Elena Valdivia se había esfumado del mapa… hasta hoy.

La revista empresarial más importante del país lo esperaba esa mañana sobre el escritorio. No era su costumbre hojearla, pero algo en la portada le llamó la atención. No, no algo… alguien.

“Elena Valdivia, la arquitecta que está revolucionando el diseño urbano”.

El título golpeó su estómago como un puñetazo mal dado. Su rostro, enmarcado por el cabello perfectamente recogido y una mirada de acero, ocupaba media página. No era la misma mujer que él recordaba. No era la sombra que se deslizaba por su casa con pasos silenciosos. No era la mujer callada que le preparaba el café y firmaba los acuerdos sin chistar.

Esa Elena sonreía.

Y su sonrisa era peligrosa.

— Así que aquí estás… — susurró a la nada. Al vacío. A él mismo.

Ese mismo día, Alexander ordenó a su equipo buscarla. Pero no como Elena Valdivia, su exesposa. No. La contactaron como si fueran inversores de un grupo extranjero, con el encargo de una torre moderna en pleno centro financiero.

Elena, sentada en su escritorio, observando el último diseño que había preparado, sonrió satisfecha. Se sentía cómoda, hasta que su jefa ingresó con una sonrisa victoriosa.

— Elena… tengo noticias satisfactorias para ti. Un importante magnate quiere de tus servicios — dijo. Elena la miró con una sonrisa —. Lo malo es que es en tu vieja ciudad, pero… necesito que lo hagas. Es para la construcción de un nuevo conglomerado. Una torre o algo así. Te he enviado toda la información, idea. Lo necesitarán para la otra semana.

— ¿La otra semana? Es un tiempo muy reducido, jefa.

— Lo sé, por eso me atreví a derivar algunos de tus proyectos a otros arquitectos. Quiero que te centres en este y solo en este. — La sonrisa de su jefa era tan amplia que Elena no pudo negarse.

— Voy a leerlo, revisarlo con calma.

Y eso fue lo que hizo, y mientras leía toda la información, su mente comenzó a volar por todos los rincones arquitectónicos. Las ideas surgían como estrellas en la oscuridad, iluminando la noche con destellos de creatividad y posibilidades infinitas.

Ella aceptó sin dudar. Profesional. Segura.

Y una semana después, el día de la reunión llegó.

Alexander no sabía qué esperaba. ¿Un gesto de duda? ¿Un temblor en su voz? ¿Una mirada que lo buscara?

Nada de eso ocurrió.

La puerta se abrió a las once en punto, y Elena entró.

Impecable.

Vestía un pantalón palazzo blanco de caída perfecta y una blusa negra que le marcaba el porte de una mujer que ya no pedía permiso, que tomaba su lugar como si siempre le hubiera pertenecido. Su cabello estaba recogido en un moño alto, y caminaba con la serenidad de quien ya no tiene nada que demostrar.

Lo miró apenas. Sin titubeos. Sin dolor. Parecía poco sorprendida de verlo y eso, hirió su ego. Pero debía admitir que se veía hermosa.

— Señor Devereux — saludó, extendiéndole la mano con formalidad.

Alexander se puso de pie, pero su cuerpo se sentía anclado. Sus ojos no podían apartarse de ella. De su seguridad. De la manera en que su piel brillaba sin maquillaje, de cómo la luz acariciaba su rostro.

Y entonces respondió, con una frase que le salió amarga, casi como un reflejo.

— Arquitecta Valdivia. No sabía que aceptaban personal sin alma.

Ella sonrió. Una sonrisa lenta, demoledora. Asesina.

— Y yo no sabía que los cadáveres fríos aún invertían en arte.

Hubo un silencio en la sala. El equipo que los acompañaba tragó saliva con fuerza. Pero Elena ya había girado hacia el panel y desplegó los planos con la precisión de una profesional de alto nivel.

— Señores — dijo, clavando su puntero láser sobre el plano proyectado —, les presento “El Mirador de Cristal”. Una estructura de cuarenta pisos, pensada para aprovechar al máximo la luz natural, con espacios flotantes, jardines internos y terrazas que conectan con la ciudad en múltiples niveles. Este edificio no solo es un aporte estético, es una declaración: modernidad con conciencia humana.

Mientras hablaba, su tono se mantenía firme, pausado, seguro. Usaba términos técnicos con elegancia. Cautivaba. Y cada palabra salía acompañada de gestos precisos que dirigían la mirada al lugar exacto del plano.

Alexander la miraba, pero no veía el edificio.

La veía a ella.

Era como si estuviera viendo a una desconocida… o tal vez, a una versión de Elena que siempre estuvo allí, esperando romper el cascarón.

«¿Cómo no lo vi antes?» se preguntó.

«¿Cuántas veces pasó frente a mí con esa mente brillante en silencio?»

«¿Cuántas veces maté su luz con mis desprecios, mis ausencias?»

Ni siquiera recordaba la última vez que la había visto reír.

Y ahora... esa sonrisa serena, segura, era casi insoportable.

— …La fachada tendrá paneles solares integrados, con sistema de captación de agua y materiales de bajo impacto ambiental — continuó  —. Pero lo más importante: este edificio no busca dominar el entorno, sino integrarse. No es un gigante. Es un símbolo.

La presentación duró cuarenta minutos, y ni una sola vez tartamudeó. Al final, los presentes aplaudieron con entusiasmo contenido. Incluso el director del proyecto, un hombre difícil de impresionar, le ofreció una sonrisa genuina.

Alexander, sin embargo, no aplaudió.

Solo la miró. Mudo.

Como si intentara memorizar cada gesto, cada palabra.

Cuando ella guardó sus documentos y se dispuso a salir, lo miró una última vez.

— Gracias por su tiempo, señor Devereux. Ha sido… interesante.

Y se marchó. Así, sin más.

Su mejor amigo y vicepresidente de la corporación se acercó a él, sonriente, burlón.

— Ella es… impresionante.

Alexander lo miró, se puso de pie…

— Cierra la boca. — Su voz salió tosco.

Lo último que escuchó que la carcajada de Héctor a sus espaldas mientras abandonaba el auditorio.

Elena, sin embargo, cruzaba el lobby del edificio, mientras escuchaba los murmullos de los personales.

¿Esa no es la ex esposa del jefe?

Está más hermosa de lo que recuerdo.

Escuché que es una arquitecta de renombre.

Pero, mientras salía afuera, bufó en voz baja cuando la vio, y cuando la voz chillona y empalagosa de Camila interrumpió su camino.

— Pero mírala… si no es la señora Devereux. O bueno, la ex señora Devereux, ¿cierto?

Elena se detuvo.

La observó de pies a cabeza. Camila vestía con su habitual exageración de lujo, el perfume costoso impregnando el aire como una nube tóxica.

— Vaya, vaya… no me digas que te dejaron entrar por la puerta principal. Me imagino que vienes a suplicar otra vez. ¿Un trabajito tal vez? —Camila sonrió con veneno.

— Camila — respondió Elena, con una calma gélida —. Te equivocas.

— Ah, ¿sí? ¿En qué? —Elena la ignoró y siguió su camino.

Sin embargo; Camila furiosa porque nadie nunca se atrevía a dejarla con la palabra en la boca, tuvo la tonta idea de empujarla. Se acercó a ella con la intención de hacer, en el momento en que Elena bajaría los escalones, pero por la periferia observó un movimiento peligros. Ella conocía a su hermana, sabía cómo era y sabía que no se quedaría con los brazos cruzados sin gritar su poder. Se hizo a un lado, en un sutil movimiento, y Camila, cayó de bruces frente a ella. Soltó un grito alarido de frustración.

Elena se acercó , se puso de cuclillas y le sonrió de lado, altanera, poderosa.

— En creer que me conoces — respondió, sutil. Suave.

— Por favor, Elena. Te recuerdo lavando tus platos mientras Alexander y yo… — Quiso ofenderla, pero Elena no estaba dispuesta a aceptarlo.

— Cállate — la interrumpió ella.

Camila parpadeó, ofendida.

— ¿Perdón?

— No. No tienes ese derecho — dijo Elena con voz baja pero firme —. No tienes derecho a hablarme como si alguna vez estuviste a mi altura. Porque no lo estuviste. Nunca.

Camila intentó replicar, pero Elena dio un paso al frente, su rostro a escasos centímetros del de ella.

— Lo que tú hiciste fue destruir algo que ni siquiera era tuyo. Yo estaba rota. Pero tú… tú sigues siendo miserable.

Y sin esperar respuesta, giró sobre sus tacones y se marchó.

Desde la ventana del piso dieciséis, y gracias a las cámaras de su edificio, Alexander lo había visto todo.

Cada palabra.

Cada movimiento.

Elena caminaba ahora como si el mundo le perteneciera. Y no había rastro de la mujer gris que una vez se sentaba a su lado en silencio.

No sabía si sentir orgullo o vergüenza.

O ambas cosas.

— ¿La quieres de nuevo? — preguntó su amigo, que había visto más de lo que debería.

Alexander no respondió al instante.

Solo apretó el puño.

Y se preguntó si aún estaba a tiempo.

O si, como ella había demostrado…, ya no era suya.

— No… ella no me interesa.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP