EPÍLOGO.
Cinco años.
Cinco años desde aquel disparo que partió el mundo en dos.
Cinco años desde que Alexander creyó que su corazón jamás volvería a latir con normalidad… hasta que lo vio moverse dentro de ella.
Y ahora, ese milagro caminaba torpemente por el pasillo de la casa con una mochilita rosa en la espalda, murmurando entre dientes porque no le gustaban las medias que su madre le había puesto.
Elena reía en silencio mientras intentaba recogerle el cabello rebelde.
Era idéntica a Alexander. Los mismos ojos grises, profundos, ese brillo que mezclaba inocencia con peligro, esa expresión de testarudez pura… pero también tenía la sonrisa de Elena; suave, cálida, capaz de desarmar al más frío.
—No quiero medias —gruñó la pequeña, haciendo un puchero perfecto.
Alexander la miraba como si estuviera viendo un fenómeno que desafiaba la lógica humana. A veces se olvidaba de respirar cuando la contemplaba.
—Cuatro años… —susurró sin darse cuenta—. ¿Cómo pasó tan rápido?
Elena lo escuchó desde la c