Ambos miraron a Paz con sorpresa, sintiendo que el aire en la habitación se volvía denso.
—¡Mamá, yo…!
—Vístanse. Hablaremos después. —La voz de Paz fue un filo de hielo antes de salir y dar un portazo que resonó como un trueno en el pecho de Mia.
El sonido pareció despertarlos de una fantasía fugaz. Eugenio suspiró y se llevó las manos al rostro, sintiéndose un cobarde.
—Perdóname, Mia. Esto es mi culpa… Ayer yo…
Ella negó con la cabeza, su mirada estaba nublada, pero no de confusión, sino de una certeza dolorosa.
—Sé lo que pasó ayer. Me drogaron, tú me salvaste… pero… —hizo una pausa, sintiendo un nudo en la garganta— yo quería esto. Aún te deseo.
Eugenio sintió que por un segundo el cielo se abría ante él, solo para cerrarse de golpe con la siguiente frase de Mia.
—Tal vez mi amor por ti no ha muerto del todo… pero eso no significa que haya un futuro para los dos.
El golpe fue seco, certero. Su corazón se encogió.
Eugenio tomó su mano con desesperación, apretándola como si, al solt