Paz llevó a las niñas a la cama, acariciándoles el cabello hasta que sus respiraciones se volvieron pausadas y profundas.
Quería que tuvieran sueños tranquilos, aunque su propio corazón estuviera hecho un caos.
Cuando salió del cuarto de las pequeñas, sintió cómo sus piernas flaqueaban.
Apenas pudo sostenerse antes de que un sollozo escapara de su garganta.
Randall, que la esperaba en la sala, no dudó ni un segundo en rodearla con sus brazos.
—Lo siento, Paz —susurró contra su cabello—. No debí traerte de vuelta. Por mi ambición, por mi egoísmo… debí dejarte lejos de esto.
Ella apretó los ojos con fuerza, temblando entre sus brazos.
—No puedo huir por siempre… pero… ¡Tengo miedo! —sollozó, aferrándose a su camisa—. ¿Y si me quita a mis hijas? ¿Y si me las arrebata?
Randall cerró los ojos con impotencia. También temía esa posibilidad.
—Te juro que no voy a permitir que te haga daño.
Con delicadeza, besó su frente antes de separarse y marcharse.
Paz quedó en la sala, abrazándose a sí mis