Al día siguiente, cuando Vivian abrió los ojos, una punzada de vergüenza la atravesó como un rayo.
Su piel ardía, y su respiración se agitó al recordar lo que había sucedido. Su corazón latía con fuerza, como si quisiera salir de su pecho.
«Esto no debió pasar… ¿Qué hice?», pensó, llevándose una mano a la frente.
Se levantó apresurada, su cuerpo temblaba. Apenas y pudo vestirse con manos torpes, luchando contra los recuerdos difusos de la noche anterior.
Cada prenda que se ponía le recordaba el roce de aquellas manos, la calidez de un cuerpo que no debía haber estado tan cerca.
«No… no puedo quedarme aquí».
Con el alma encogida, se movió con sigilo, conteniendo la respiración, como si cualquier sonido pudiera delatarla.
No miró atrás cuando cruzó la puerta. No podía hacerlo.
Mientras tanto, Gabriel despertó con un fuerte dolor de cabeza, como si su propio cuerpo lo castigara por los excesos de la noche anterior. Gimió, frotándose las sienes.
«¿Qué demonios hice?»
Abrió los ojos con esf