Al día siguiente.
Mila y Aldo se encontraban en el hospital, sus corazones palpitando al ritmo de la incertidumbre. El aire estaba pesado, y ambos sentían el peso de la ansiedad. Mila, nerviosa, jugaba con sus dedos, sin poder dejar de pensar en lo que estaba a punto de suceder. Habían pasado semanas esperando este momento, y ahora todo dependía de un simple resultado.
—Si es negativo…
La voz de Aldo interrumpió el silencio, su tono era calmado, pero Mila podía notar la preocupación que se escondía tras sus palabras.
—No te preocupes por nada, amor —respondió él, tomando su mano con firmeza—. Si es negativo, lo intentaremos hasta que tengamos nuestro bebé. Lo prometo.
Mila no pudo evitar ruborizarse ante sus palabras. La calidez de su promesa la envolvía, pero el miedo a la decepción la hacía temblar por dentro. Aldo, al ver su reacción, soltó una ligera risa, un sonido suave que intentaba calmar el remolino de emociones que los envolvía.
En ese momento, la enfermera apareció en la pue