Eugenio golpeó la mesa con fuerza, su respiración se desbocó, su corazón latía tan rápido que sentía como si fuera a estallar en su pecho.
—¡Imposible! ¡Ella no puede ser la heredera de los Eastwood! —exclamó, con los ojos fijos en el teléfono, el eco de la noticia retumbando en su mente. Pero, por alguna razón, algo en lo más profundo de él le decía que eso era cierto.
Tras la puerta, Arleth escuchaba cada palabra, sintiendo cómo la rabia y la frustración comenzaban a consumirla.
Con una mano apretaba su vientre, como si pudiera sujetar su vida, como si pudiera evitar que la ira la devorara por completo.
«No, no puede ser. Mia... ¿Una rica heredera? Eso no tiene sentido, ¿Por qué quedarse con un hombre debajo de su nivel? Y aunque fuera cierto, ya no tiene cabida en la vida de Eugenio. Ya no...», pensó, con los dientes apretados, sintiendo el peso del odio formándose dentro de ella.
Volvió a tocar su vientre, como si el pequeño ser que crecía allí fuera la única razón por la que segui