Eugenio se levantó de golpe, su corazón martilleaba contra su pecho. Sus ojos oscilaron entre la incredulidad y la emoción mientras miraba a Terrance.
—Pero… no puede ser. Su hijo Gabriel… —balbuceó, intentando procesar lo que acababa de escuchar.
Terrance sostuvo su mirada con firmeza y una expresión serena.
—Cuñado, eres el mejor candidato —afirmó con solemnidad—. Estoy de acuerdo con la decisión y la celebro. Ambos cuñados son hombres honorables. Merecen ayudar al legado de sus esposas e hijos. ¡Felicidades!
Eugenio sintió su garganta cerrarse por la emoción. Giró la cabeza hacia Mía, quien le miraba con ternura y orgullo, sus ojos reflejaban la confianza que tenía en él.
Por primera vez en mucho tiempo, Eugenio sintió que la carga de su pasado se disipaba, y con ello, la culpa que lo había atormentado. Inspiró profundamente y sonrió.
Cuando la reunión concluyó y los documentos fueron firmados, se dirigieron a la presentación ante los medios de comunicación. Justo antes de entrar, E