Vivian retrocedió, su respiración entrecortada, su pecho subiendo y bajando con rapidez mientras el miedo le oprimía el corazón.
Su mente le gritaba que corriera, que escapara, pero sus piernas estaban ancladas al suelo. No podía seguir negándolo. Ya no podía escapar todo el tiempo como un ladrón, entonces, le mirò fijamente, con rabia, con desesperación.
—¡Déjame en paz! ¡Déjame ir! —su voz salió firme, pero su interior temblaba.
Él negó de inmediato, su mirada ardía con una mezcla de desesperación y determinación.
Ella era su Vivian, sin importar cuanto intentó ocultarse, ahora estaba frente a èl, sonriò levemente, estaba feliz de verla, pero que ella quisiera escapar aún ahora, dolía como el infierno.
—¡Nunca! ¿No entiendes? ¡Te quiero a ti y a nuestro hijo en mi vida para siempre! Sé que me equivoqué, que fui lo peor para ti, pero te juro que he cambiado. Perdóname, Vivian. Nunca volveré a lastimarte.
Ella soltó una risa amarga, sus ojos se llenaron de un brillo helado.
—¿Perdón? —