El corazón de Vivian latía con una furia desbocada, retumbando en su pecho como un tambor de guerra. Estaba atrapada. Su mente gritaba en un torbellino de pánico mientras sus dedos temblorosos se aferraban a su vientre.
«¡Qué destino tan cruel! Después de tanto esfuerzo por escapar, justo ahora el destino lo pone frente a mí…»
Contuvo la respiración, obligándose a mantener la calma mientras la doctora tecleaba en la computadora.
—No recuerdo a ninguna paciente llamada Vivian, señor —dijo la mujer con serenidad, sin sospechar la tormenta que estallaba en el interior de su paciente—, pero puedo indicarle cuántas mujeres embarazadas de veinte semanas o más he atendido.
El hombre no respondió de inmediato.
Se inclinó levemente sobre el escritorio, su imponente presencia cargada de un aura fría y peligrosa.
Sus ojos afilados recorrieron el consultorio con una mirada calculadora, como si pudiera percibir su miedo, su agitación… su presencia.
Vivian sintió un escalofrío recorrerle la columna.