Francisco se encontraba en la oscuridad de su departamento, con la única luz proveniente de la pantalla de su teléfono.
Su mandíbula estaba tensa, sus nudillos blancos de tanto apretar el dispositivo. Sus pensamientos eran un torbellino de rabia e impotencia.
Había perdido todo. Mila, la única mujer que alguna vez amó, ahora estaba con otro. Y todo por culpa de Arly.
—¡Maldita seas, Arly! —gruñó entre dientes, golpeando la mesa con el puño furioso.
Cerró los ojos con furia, intentando calmar su respiración. ¿Cómo había llegado a este punto?
Su plan había sido perfecto: casarse con Mila, ganar la confianza de los Eastwood y, finalmente, apoderarse de su fortuna. Pero nada había salido como esperaba.
Los Eastwood jamás le darían ni un centavo, incluso si era su esposo.
La impotencia lo consumía.
Todo lo que tenía era su orgullo herido y un odio visceral que le quemaba el pecho. Entonces, la idea se deslizó en su mente como una serpiente venenosa.
—Si Aldo desaparece… Mila será una rica v