Randall cargó a Bianca en sus brazos, sintiendo el peso de su fragilidad contra su pecho.
Su respiración estaba agitada, su piel ardía, y la ansiedad se enredaba en su estómago como un nudo imposible de desatar. La acomodó en el asiento trasero del auto y se deslizó a su lado.
El chofer arrancó sin cuestionar, y en el silencio del vehículo, Randall la observó.
Su cabeza descansaba en su hombro, su piel olía a perfume dulce con un rastro de licor, y su expresión era indescifrable.
De pronto, sintió algo.
Una mano cálida se deslizó lentamente sobre su muslo, ascendiendo con un descaro que lo dejó sin aire.
Randall contuvo el aliento y atrapó su muñeca antes de que su osadía fuera demasiado lejos.
—¿Bianca? —susurró con incredulidad.
Ella abrió los ojos de golpe y una risa salvaje, desenfrenada, se escapó de sus labios. Su mirada chispeaba con un brillo febril.
—¿Qué? ¿No puedo seducir a mi prometido?
Antes de que Randall pudiera responder, Bianca se subió a horcajadas sobre él, sus piern